miércoles, 10 de febrero de 2016

SUEÑOS (relato)



 

Mi dulce Gregor,

 

¡Aún no me creo que por fin hayas quedado para vernos! Cada vez que quedábamos tras aquel día que nos conocimos, todo se complicó de una manera o de otra. Tantas llamadas, tantos mensajes, tantas ganas siempre contenidas. Creí que al final nunca nos veríamos jamás. Pero te presentaste de sorpresa en mi ciudad, como una estrella fugaz a la que sólo se puede contemplar durante un instante. ¡Que placer más inmenso!

 

Poder verte, estar frente a ti, tomando un café fue una visión más que mágica.

 

Aquella noche soñé contigo, conmigo, con los dos. Toda la felicidad del mundo cabe en un instante y el vivido a tu lado, esa esencia que creaste para ti y para mi, duró todo el día y toda la noche.

 

El sueño fue intenso, como la cercanía de tu cuerpo con aquellos dos abrazos que no deseaban que acabaran jamás. Ese día, el del sueño, quedábamos en tu ciudad. Yo bajé con el tren y tú me esperabas en la estación. Al verte fui yo la que de dio el abrazo sin pensarlo. No quería separarme de tu lado.

 

Nos costó separarnos y ya salimos de la estación cuando no quedaban nadie en ella. Caminamos durante un buen rato. Deseaba cogerte la mano. Deseaba sentir tus dedos entre los míos. Pero como una tonta no hice nada. Caminamos y hablamos durante un buen rato. Nos reímos cómplices como siempre. Era como si el tiempo no hubiera pasado y la cercanía hubiera existido siempre entre ambos.

 

Llegamos a un lugar apartado. Parecía como un hotel oculto del que sólo se veía el nombre.

 

-         Me debes un masaje. ¿Entramos? – me dijiste con esa preciosa sonrisa socarrona que tienes.

-         Si, claro. Pero no traje el aceite de masaje. – respondí.

-         Tranquila, seguro que aquí tienen.

 

Me cogiste por la cintura y me arrimaste a tu cuerpo. Me encantó.

 

-         No tengas miedo. No voy a hacerte nada.

 

Sonreí y te respondí:

 

-         ¡Qué lástima!

 

Sonreíste tú también y estuvimos a punto de besarnos cuando alguien corrió unas cortinas tras la puerta y nos interrumpió.

 

Nos llevaron a una habitación preciosa. Una cama deliciosa y una luz tenue invitaban a la intimidad. Pediste algo al hombre que nos condujo hasta allí. Él se marchó y por fin, corriste hacia mi boca y nos besamos por primera vez. ¡Que delicia! Mis labios ardían con los tuyos. Tu lengua y mi lengua jugaban de forma impetuosamente delirante.

 

Unos golpes en la puerta nos sacó sobre nuestro desenfrenado, entregado y más que deseado y esperado beso. Era de nuevo el hombre con el aceite. Cerraste la puerta y me sonreíste de forma maliciosamente tierna:

 

-         ¿Me desnudo?

-         No pretenderás que te lo dé con la ropa puesta… ¿No?

-         ¡Qué graciosa! – respondiste mientras mentalmente me llamabas cabrona a tu manera. – Me refiero si me desnudo entero.

 

Tragué con dificultad. Deseaba tanto tenerte así que no supe que decir. No se porque mi cabeza se ladeo diciendo no y te fuiste al baño a desnudarte. ¡Que gilipuertas fui!

 

Al rato saliste completamente desnudo con la toallita de bidet tapando tu sexo para no incomodarme. Me resultó extremadamente morboso y excitante. Te sentaste en la cama y me dijiste mirándome fijamente.

 

-         ¿Tú no te vas a quitar nada?

 

Te sonreí y me iba a dirigir al baño para ponerme un poco más cómoda para darte el masaje y me dijiste:

 

-         No, no. Aquí, delante de mí.

 

Aquella propuesta tuya para mirarme mientras me desnudaba me resultó apasionante.

 

-         Ok, lo haré. Deseo que me mires fijamente sin perderte detalle alguno. Eso sí, pongo una condición: no puedes empalmarte.

-         ¿Cómo? – dijiste con tu sonrisa traviesa dibujada en tu boca.

-         Bueno, que yo no puedo ver tu erección ni mientras me desnudo ni mientras te doy el masaje. ¿Trato hecho?

-         ¡Trato hecho!

 

Me quité los zapatos, las medias. Me despojé de mi camisa para quedarme ante ti con un top de tirantes negro con sujetador a juego. Me di la vuelta para dejar mi parte trasera bien visible mientras bajaba mis pantalones de vestir también negros, dejando mi culote azabache sugerente y sensual a tu vista, provocándote por si solo.

 

-         Me lo estás poniendo muy difícil. ¡Eres mala! – me respondiste con los ojos inflamados de deseo.

 

Me di la vuelta para dirigirme hacía a ti. No vi ni un centímetro erecto de tu sexo asomar tras aquella minúscula toalla que te cubría.

 

-         ¿No te quitas nada más?

-         ¿Para darte el masaje? No, así estoy bien Gregor.

-         ¿Seguro? Por mi no lo hagas. No voy a tocarte. Sólo me tocarás tú a mí.

-         ¿Crees que no voy a conseguir que te me tires encima inflamado de deseo? – te dije un poco de forma chulesca.

-         ¡Soy un caballero! No lo haré.

-         ¿Seguro?

-         ¿Quieres que lo hagamos más interesante?

-         ¿Cómo de interesante? – dije temiendo y deseando escuchar tu propuesta.

-         El primero que no pueda contenerse, pierde.

-         ¿Y que gana el otro?

-         ¡Sorpresa!

-         Interesante. ¡Trato hecho!

 

Me fui para ti para ponerme a un lado. Te pusiste de espaldas sin quitar aquella pequeña toalla de tus partes. Verte desnudo por completo por detrás me alteró mucho. Tuve que centrarme mucho en el aceite, en su olor, en su tacto. Pero de nuevo perdí la razón cuando empecé a untártelo por la espalda. Notaba el calor de tu piel, la firmeza de tu cuerpo, la fragancia de tu piel mezclándose con el del aceite. ¡Me encantaba! Mi cuerpo empezó a quemarse por dentro. Sólo me podía decir… “¡No puedo perder! ¡No puedo perder! ¡No puedo perder!”.

 

Tú ni te estremecías ni nada. Estabas ahí, tan sereno como siempre. Te odié un poco por no conmoverte lo más mínimo con el roce de mis dedos sobre tu piel. Yo no podía aguantar más y tu tan fresco, tan entero. ¡Te odie! Poco y durante un instante pero te odie.

 

Una idea maliciosa se apoderó de mi mente.

 

-         Gregor, me voy a poner de otra manera para darte el masaje mejor.

-         Como desees.

 

Me escarranché sobre tu trasero como si montara a caballo. Aquello sí que no te dejó indiferente. Mientras deslizaba mis manos por toda tu espalda, todo tu ser, al sentir el calor de mi sexo en tu culo, empezó a tensarse. Me excitó mucho verte tan receptivo. Mi mente y mi cuerpo perdía el control de manera más desenfrenada aún. ¡Te deseaba! ¡Te deseaba mucho! Ya no podía contenerme más. Llevaba demasiado tiempo conteniendo mi deseo por ti, incluso antes de conocernos. Con cada mensaje, con cada llamada, con cada e-mail, habían hecho crecer en mí unas ansias tremendas por poder estar contigo a solas, por entregarme sin reservas, sin miramientos, hasta quebrantar mi firmeza por entero.

 

Salté de un golpe de encima de ti y me fui al baño.

 

-         ¿Todo bien? – dijiste un poco preocupado.

-         Si, Gregor, todo bien.

 

Aunque no era cierto. Había perdido el control. Necesitaba poner un poco de agua helada en mi nuca para no perder la apuesta. Necesitaba mitigar con el hielo líquido del grifo esa lava hirviendo que me prendía en cuerpo por entero de la cabeza a los pies. Mientras me humedecía cara, nuca, manos, rostro tratando de recobrar la compostura, abriste de golpe la puerta del baño, con aquella insulsa toalla mini tapando aún tu sexo.

 

-         ¡Perdiste!

-         Tú tienes la culpa. ¿Cuál es mi penitencia?

-         Tranquila, ahora sólo vengo que cobrarme mi victoria.

 

Te viniste ante mí. Me cogiste por las nalgas con ambas manos, dejando caer por fin la toallita, subiéndome sobre el mármol del lavamanos de forma impetuosa. Tu sexo estaba duro, muy duro, descomunalmente erecto. Me bajaste impúdicamente el top y el sujetador de golpe, arrojando a mis pechos al aire. Tu boca se posó impulsivamente sobre ellos para devorarlos a conciencia. ¡Cuánto había deseado aquel momento! Sentía tu boca succionar, absorber, poseer mis senos como nadie lo había hecho jamás en la vida. No podía contener mis gemidos que avivaban más y más tus ganas de mí. Tu mano se deslizó por dentro de mis braguitas. Estaba encharcado mi sexo. Aquello te encantó. Levantaste tu boca para besarme mientras tus dedos se adentraban en mí. Me sacudí por entera alcanzado mi primer orgasmo junto a ti. Al sentir como mi sexo pleno de espasmos delirante presionaban tus dedos, arrancaste mis bragas para meter tu sexo en mis adentros. ¡Diooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooos! Que placer. Sentir tu verga dentro de mí, tus envestidas suaves, me arrancaron mi segundo, mi tercer orgasmo casi de inmediato. ¡¡¡TE DESEABA!!! Quería más y más y tú seguías duro para mí, entregado, deseoso, lascivo como jamás había visto a un hombre.

 

Subiste el ritmo de tus envestidas. Aquel movimiento acertado me volvía loca de placer, de deseo.

-         No pares Gregor, no.

Mi forma de suplicarte más y más, te encantó. Seguiste cada vez más y más fuerte. Me derramé otra y otra y otra vez mientras no parabas de envestirme. Estabas muy excitado, cada vez más. Tu sexo estaba tan y tan duro. Tu sudor me hacía hervir más por ti. Tus gemidos hacían que los míos se incrementaran. Estábamos poseídos por la parte más salvaje de nuestro ser. Suspirábamos ansiosamente. Nos movíamos descontroladamente como dos fieras enceladas. Un grito exaltado conjunto inundó aquel baño mientras tu leche bañaba mis adentros y yo volvía a alcanzar un último orgasmo. Nos fundimos en un abrazo enorme, extasiados ambos.

 

Fue entonces cuando me desperté Gregor, con mi sexo ardiendo y sin ti. Sólo deseo que alguna vez podamos llegar a estar de esa manera. Sería un placer para mí más que querido.

 

Besos, mil besos y gracias por venir.

 

Tuya,

 

 

PAULA J.

1 comentario:

  1. Que bonito encuentro de tiempo contenido... Se me hizo corto, igual hubo mas y lo has omitido.... Jejeje Delicioso

    ResponderEliminar