martes, 28 de enero de 2014

FUSIÓN (relato)



Todos andaban frenéticos con aquella reunión (la fusión de dos empresas suelen acarrear este tipo de tensión). Había que debatir muchas cosas y los dos hombres al cargo tenían demasiado orgullo ambos para ceder a concesiones (aún no estaba muy claro quien compraba a quien).

 

La administrativa de la otra empresa y yo (no diré los nombres por respeto a la intimidad) llevábamos días intercambiándonos la información sobre una empresa y la otra, intentado que la información fluyera y las tensiones disminuyeran. ¡No lo conseguimos! Los nervios estaban a flor de piel y, cualquier movimiento en falso, era considerado una concesión contra el “enemigo” (todo aquello parecía una guerra abierta entre dos bandas callejeras).

 

Llegó el día de la “última” reunión. Estábamos preparando la sala (la documentación, el agua, el proyecto cuando, chocamos y todos los papeles fueron a parar bajo la mesa. Ella se arrodilló a cogerlos conmigo y, justo cuando estábamos allí abajo la dos que no se nos veía, entrados todo en la reunión en tropel. La mesa era redonda pero en las dos puntas, se colocaron los dos jefes: el de ella a la izquierda y el mío a la derecha de nosotras. Quisimos salir y dar la cara, pero enseguida empezaron a hablar e intentamos guardar el máximo silencio posible para no entorpecer a nadie. Nos quedamos sentadas las dos, en el centro de la mesa por debajo y esperamos. No tenía porque dura mucho, estaba todo dicho, pero nos equivocamos. Había pasado una hora y el calor había aumentado no solo bajo la mesa por los focos sino en la sala por las palabras y la fuerza de estas. Ella y yo, empezamos a hablar de que no entendíamos el porque de tanta tensión. Y poco a poco aquello se fue calentando para peor. Llegó un momento en que cerraron todas los stores de la sala y pidieron que saliera todo el mundo. Ella y yo no nos asustamos. Ambas estábamos sentadas espalda contra espalda mirando las piernas cada una del jefe de la otra. Supongo que fue el calor de la sala, la fuerza de aquellas dos voces tan fuertes y tan masculinas, pero empezamos a la par a mirar mas allá de las piernas y a vislumbrar que entre estas, nacía un hombre que tenía algo mucho mas valioso entre ellas de lo que una mujer esta dispuesta a reconocer. Yo no podía  dejar de mirar. Los pliegues de aquel pantalón tierra me estaban causando calores en todo mi cuerpo. Podía notar como Sonia le estaba pasando lo mismo pero con el de mi responsable. Las dos nos desabrochamos a la vez los dos primeros botones de nuestras blusas e intentamos abanicarnos con nuestras manos para serenarnos. ¡No pudimos! Allí había cuatro personas, dos hombres y dos mujeres, que desde hacían días necesitaban aliviar tensiones y a nosotros, se nos desbordo el asunto entre las manos. Sonia y yo nos descalzamos y fuimos como gatitas silenciosas hacia ellos. Sus voces sonaban y resonaban por la sala. Eso convertía aquella situación en mucho más morbosa de lo que ni ella y yo hubiéramos imaginado nunca. Nos pusimos ambas delante de ellos y a la vez, acariciamos ambas piernas en dirección hacia su paquete por encima del pantalón. ¡Hubo un largo silencio! Nosotras no podíamos saber lo que pasaba por encima. Seguimos acariciando las piernas casi a la par y el silencio siguió. En poco tiempo notamos que sus penes se alteraban de manera exuberantemente abultada ante nuestros ojos por debajo de la cremallera. Bajamos las cremalleras y sacamos aquel descomunal miembro de cada uno, para poder calmar sus ganas y las nuestras. Yo empecé a saborear aquel sexo duro, fuerte, viril lentamente. Podía escuchar como trataba de contener los gemidos aquel hombre que hasta ese momento, no había contenido sus palabras. Aquello me excitó mucho. Podía sentir la humedad en mis braguitas y eso que él no me había tocado aún ni un pelo de mi cuerpo. Seguí poco a poco y lentamente, incremente el tiempo de succiono. Eso le volvió loco. No podía contener su placer. Yo lo controlaba por el con mi boca. Cuando veía que se embalaba, tiraba un poco de la corbata hacia abajo que le asomaba por debajo de la mesa a la misma vez que frenaba. Eso al principio no le produjo nada. Pocos minutos después, cuanta más presión había en su cuello, mas empalmado estaba (la falta de aire le estaba poniendo tremendamente más cachondo). Mis pezones me dolían. Los tenía duros, excitadísimos. Los saqué por fuera de la blusa, por fuera del sostén. Sonia hizo más o menos lo mismo. Estábamos allí, arrodilladas, con la falda un poco subida para maniobrar mejor, semi desnudas de cintura para arriba y ellos no sabían ni quien eran las que estaban dándoles tanto placer bajo la mesa. Alguien y rompió en la sala y ambos gritaron a la vez:

 

“¡¡¡SALGA DE AQUÍ Y CIERRE LA PUERTA!!!”

 

Ahora si que podíamos estar tranquilos, sin sobresaltos de ser pillados. Pero aquella pequeña incursión, aquella presión de ser casi pillados, había inflamado a los cuatro sin menor duda. Las dos estábamos allí, dedicando nuestras caricias con la lengua en sus sexos y se derramaron en la boca casi a la par. No gritaron pero se cogieron a la mesa con tanta  fuerza que casi la rompen. Aquella fuerza me excitaba. Necesitaba sentirla dentro de mí. Corrieron ambos la mesa hacia un lado con sus bergas fuera derramando aun leche y nos cogieron a ambas y nos empotraron contra la mesa con los traseros mirando para ellos. No se les había bajado aún. ¡Eso era increíble! Miré a Sonia y ambas estábamos disfrutando de aquello. Sería como verse reflejada en un espejo. Ladearon nuestras húmedas braguitas a un lado y adentrado sus penes en nuestro respectivos y ardientes sexos. No pudimos controlar nuestros gemidos ni Sonia ni yo. Ver la escena delante de lo que estaba ocurriendo era como vivirla dos veces. Gemíamos, no podíamos dejar de gemir los cuatro una y otra vez. Las embestidas eran increíblemente fuertes, salvajes. Necesitábamos consumir toda aquella tensión. Contemplé como Sonia llegaba al primero de sus orgasmos y eso aceleró el mío. ¡Fue extraordinario! Seguían follándonos con la misma fuerza, sin parar, bien duro. Yo gemía, Sonia gemía, ellos gritaban de placer. Los orgasmos llegaron a nosotras una y otra vez, de manera encadenada, sin parar. No parábamos de gritar:

 

“Más, quiero más.¡¡¡NO PARES!!!

¡¡¡NO PARES!!!Quiero más”

 

Aquello nos excitaba a los cuatro por igual. Seguían empalmados, dándonos tanto como les pedíamos y más, mucho más, sin bajar el ritmo ni un solo instante.

 

De golpe, pararon los dos de golpe y sin decir nada, nos la metieron por detrás. La primera penetración anal de mi vida. No me dolió. A Sonia tampoco. ¡Eso me sorprendió! Me gustaba esa nueva sensación. Me embestía magistralmente. Veía como Sonia era embestida. ¡Madre! Aquella era una perversión jamás soñada que me estaba proporcionando un deleite inimaginable. Deseabas más, y más, y más. No quería que parara.  No estaba saciada, aún no. Deslizo sus dedos hacia mi clítoris mientras seguía empujando, dándome bien duro y llegué al orgasmo más bestial de toda mi vida. Grité como nunca y sentí que lo mismo le pasaba a Sonia. Nos quedamos los cuatro recostados sobre la mesa, ellos sobre nosotras, nosotras sobre la tabla. Estuvimos así un buen rato. ¡Había sido fantástico todo aquello! Inesperadamente morboso hasta la extenuación.

 

Después de aquello, sin tensión, los acuerdos llegaron a buen puerto y la fusión fue todo un éxito.

 

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