miércoles, 6 de noviembre de 2013

APRENDIZAJE ADQUIRIDO (relato)


 

La vida nos pone en tesituras un tanto especiales y peculiares. No sabes como ni porque, acabas adquiriendo un aprendizaje que nada tiene que ver con lo que te planteabas hacer en la vida. Hasta que un día, ese aprendizaje te ayuda a salvar una vida y a satisfacer todos los deseo de alguien al que no conoces de nada a la misma vez.

 

Por cosas de la vida empecé a trabajar en un CET (Centro Especial de Trabajo). Allí nos dieron varias clases sobre primeros auxilios, para tratar a las personas especiales que trabajaban con nosotros y sobretodo, a empatizar con el que se encuentra, por su enfermedad o por su entrono, en una situación de stress. Algunos días no fueron fáciles. La vida te enseña una cara que se esconde tras aquello que los profesionales llaman normalidad y piensas que a cualquiera, sano o no, le podía pasar lo mismo. Jamás olvidé aquellos tres años que pasé en el centro y la cantidad de personas con rasgos muy peculiares a las que había que tratar de una forma determinada sin que ellos o ellas no vieran como un ataque personal.

 

Varios años después, entré a trabajar con un hombre mayor que estaba empotrado en una cama. Yo no tenía experiencia en cuidar a gente adulta pero por las referencias que habían dado mis padres sobre mi responsabilidad, a su hijo le resultó suficiente para contratarme como la cuidadora de su padre. Aprendí a lavarle, a tomarle la presión, a curarle las llagas, a cambiarle el pañal,… no me molestaba nada. Era un trabajo más y en esa casa habían confiando en mí. Me extraño que solos vivieran el hombre y su padre (quizás no fuera tan extraño y sólo era un tanto raro para mi).

 

Me amoldé muy rápido a las dos personas que habitaban por turnos en aquella casa. El hombre que estaba despierto de nueve de la mañana a nueve de la noche y a su hijo que se iba de nueve y volvía a las nueve para hacerme el relevo. Yo no preguntaba nada. Le daba el parte de su padre y me iba. El tampoco me preguntaba nada. Escuchaba, me preguntaba si me falta algo para cocinar, para la higiene de su padre, para darle la medicación y yo le daba una lista con lo que faltaba y poco más. Cada día la misma rutina de lunes a viernes. Los sábados y los domingos, sólo me pedía que estuviera de nueve de la mañana a una de la tarde y luego podía irme.

 

Ya llevaba cerca de un año en la casa cuando el señor mayor, empezó a temblar. Le puse el termómetro y estaba a cuarenta de fiebre. No me lo pensé dos veces, llamé a la ambulancia y me fui con él a urgencias. Su hijo nunca me había dejado un teléfono de contacto para localizarme pero si tenía el mío por si había algún cambio los horarios, en las comidas o en el tratamiento a seguir. Me llevé conmigo todo lo que tenía de Jaime, que así se llamaba el señor que cuidaba, y toda la medicación que tomaba junto a un pequeño calendario que yo misma escribía por voluntad propia sobre como su estado día tras día, que comía, como tenía el azúcar, la tensión, la heridas. Llegamos a urgencias a las diez y media de la mañana. Había sufrido una reacción alérgica a un medicamento. Le dije al médico que no podía ser que no se le había cambiado la medicación. El médico me respondió que entonces sería algún excipiente de algún medicamento genérico el que le habría producido la reacción alérgica (eso si podía ser, si en la farmacia no tenían de un genérico de un laboratorio siempre nos daban de otro y nos decían que era igual. Pues resultaba que no). Me agradeció la pronta actuación y me quedé esperando hasta que se recuperara. El médico me dijo que por su estado de salud, que preferían tenerle en observación en un par de días. Le dije que cuando su hijo se pusiera en contacto conmigo, yo se lo haría saber y que mientras tanto, me gustaría estar con el señor. Me dijo que no había ningún problema. Cuando tuvo habitación me llamó y fui con él. Su hijo no llamó hasta las nueve y cinco minutos de la noche.

 

-         ¿Dónde está mi padre? ¿DÓNDE? – me gritaba de forma grosera desde el otro lado del teléfono.

-         Estamos en el hospital. Planta 8, puerta 818.

-         ¡NO TE MUEVAS DE AHÍ! – me chilló.

 

Al los veinte minutos llegó muy alterado y gritando que qué le había pasado a su padre. Intenté explicarle pero no me escuchaba. Después de muchos gritos, vinieron los de seguridad. Intentaron calmarle y él no paraba de repetir que no estaba nervioso entre gritos y mas gritos. ¡Que no le tocaran! ¡Que le dejaran! ¡Que quería ver a su padre! Vino el médico y yo,… decidí largarme de allí. No se que pasaría cuando me fui.

 

Salí del hospital y llovía. Me había dejado el bolso y mis cosas en su casa. Sólo tenía las llaves del piso y mi móvil. Decidí irme caminando. Eran unos veinte minutos a pie y la lluvia no era muy fuerte. Empecé a caminar sin saber muy bien que había pasado por la cabeza de aquel hijo. Según el médico había hecho bien pero,… ¿Qué se pensaba que le había hecho? ¡¡¡YO LE CUIDABA!!! No le había faltado nunca nada en casi un año. Caminaba dándole vueltas y más vueltas a la cabeza con todo lo que había ocurrido.

 

La lluvia era cada vez más fuerte. Ya estaba calada hasta los huesos cuando llegué por fin al piso. Abrí la puerta, cogí mi bolso y estaba planteándome si dejar allí las llaves y no volver más por aquella casa. ¡Me había trato muy mal! Yo no merecía aquel trato. Había salvado una vida. La puerta del piso se abrió de golpe. Era su hijo, Diego. Se quedó mirándome con la cara desencajada. Le dije que no se preocupara que ya me iba. Me dijo que no, que me esperara, que me llevaba él. Le dije que no me hacía falta. Que dejaba el trabajo. Cuando le fui a devolver las llaves en la mano me cogió de la muñeca y me pidió que me sentara. Yo estaba muy enfadada y me solté y dejé las llaves sobre la mesa para irme. Corrí hasta la puerta y el me cogió por detrás con mucha fuerza. Me dijo que me tranquilizara porque yo no paraba de forcejar y decir que me soltara. ¡NO QUERÍA SABER NADA!

 

-         ¡ESCUCHAMÉ JODER! ¿QUÉ TE CUESTA? – iba a responderle mucho cuando dejé de forcejear y le dije que tenía dos minutos. Él no confió en que me quedara y cerró la puerta con llave. Me quedé de pie junto a la puerta y le escuché.

 

Su madre había muerto hacía tres años. Su pareja y él se hicieron cargo de su padre pero, cuando tuvo la embolia que le dejó empotrado en una cama, ella trato de matarle para dejar de cuidar de él. Se divorciaron y lo había pasado muy mal hasta que yo entré en aquella casa. Al escuchar hospital todos los malos recuerdos le vinieron a la cabeza y de forma inconsciente,… había pagado conmigo algo que no merecía. Me pidió perdón una y otra vez. Le respondí que no se preocupara pero que tenía que irme. Me dijo que no me fuera, que me quedara hasta que dejara de llover y que pondría mi ropa en la secadora para que me fuera con todo seco. Me dijo que cogiera un pijama suyo y que podía cambiarme en su habitación. ¡Jamás había entrado en su habitación! Era cálida, con una chimenea a los pies que parecía hacer mucho que no se encendía. Las paredes pintadas en color marfil. La moqueta color roble oscurecido. Muebles de haya y una gran cama de uno cincuenta cubierta con un nórdico fino de color ocre a conjunto con un par de cojines. Me estaba desnudando, quitando todo cuando él entró de golpe en la habitación. Yo sólo llevaba puesta mis braguitas y me asusté mucho. Se giró de golpe y me pidió perdón. Me dijo que sólo había entrado a buscar la ropa. Se la di mientras él seguía de espaldas y yo aún asustada. Me puse la parte de arriba de un pijama de los suyos y me quedé allí esperando de pie ante la chimenea apagada. Vino al cabo de un rato con unos leños y una caja grande de cerillos. La encendió mientras yo le decía que no hacía falta que lo hiciera. Él no se había cambiado de ropa aún porque no estaba tan empapado como yo. Le dije que se cambiara y le alargué el pantalón. ¡Le hizo gracia! Se cambió en el cuarto de baño de su habitación y salió. Nos sentamos en la moqueta delante de la chimenea sin decir nada. Al cabo de un rato se levantó y yo alcancé a romper el silencio diciendo:

 

-         ¿No irás a buscar un par de copas y una botella de vino?

-         No,… yo soy mas original – respondió sonriendo.

 

Tardó como diez minutos largos en volver y trajo un par de tazas con alguna infusión caliente dentro. ¡No me lo esperaba! Eso si que era toda una sorpresa. Sonreí y me acercó una taza que empecé a beber a sorbitos.

 

Al cabo del rato seguía un tanto helada. El se dio cuenta.

 

-         ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? – me dijo un tanto preocupado.

-         Es que no me he quitado toda la ropa y sigo mojada.

-         ¿Qué está mojado?

-         Me da vergüenza decírtelo.

-         ¿Las braguitas? Anda ya, no seas tonta. Ya sé que no es por mi que se te han mojado - dijo entre risas - Dámelas y las meto en la secadora.

 

Me las quité con el de espaldas y se las dí. Cuando volvió una pregunta me vino a la mente:

 

-         ¿Por qué has dicho que sabías que no estaban mojadas por ti?

-         Por nada en especial. Supongo que para que te relajaras – sonreí agradecida.

-         Si se me permite opinar sobre un jefe por primera vez y sin que sirva de precedente, puedo asegurar de que no estás nada mal.

 

Empezó a partirse de risa como si hubiera contado un chiste la mar de divertido. Cuando vio que yo no me reía, se puso serio y me dijo:

 

-         ¿No me dirás que te va ese tipo de fantasías de hacértelo con tu jefe?

-         No, yo tengo otras mucho más ardientes – le dije mirándole fijamente, con una mirada profunda y sin que me temblara ni la voz. – Lo que digo es que si la tuviera, tu serías un candidato ideal para hacerla realidad.

-         ¿Y qué me harías? Si fuera tu jefe.

-         No se, quizás ponerme ante tu silla y tu mesa con una falda muy corta negra y una camisa con blanca con gran escote y con ropa interior negra. Suspiraría profundamente intentando llamar tu atención si mi cuerpo y mi disposición a estar dispuesta no te hubieran motivado lo suficiente. Y si eso no funcionara, me daría la vuelta y mostraría mi tremendo y delicioso trasero con la falda para llamar tu atención.

 

Su pantalón del pijama se abultó enseguida. Me cogió por la nuca un poco bruscamente y me besó fuerte y ardientemente. Yo no me negué al beso y se lo devolví introduciendo mi lengua en su boca buscando la suya. Me tumbó sobre la moqueta y empezó a desabrocharme su propio pijama. Mis pezones, entre el frió y la excitación, estaban completamente erectos, pidiendo ser mordisqueados, lamidos, pellizcados. Parecía que me estuviera leyendo la mente pues eso fue lo que hizo mezclando fuerza con suavidad. Ahora si que estaba muy húmeda y todo por sus lascivas caricias. Bajó la mano hasta mi sexo y empezó a acariciarme el clítoris mientras me chupaba los pechos. ¡Me encantó! No podía dejar de gemir de placer. Eso le excitaba aún más. Podía ver como su pantalón crecía y crecía más y más. Consiguió que llegara a mi primer orgasmo y se quitó el pantalón. Su miembro era descomunal y eso me excitaba mucho. Se puso encima de mí y me penetró muy poco a poco. Esa forma de metérmela me volvió loca. La repitió varias veces con un movimiento pélvico suave, firme, pero lento y preciso. Sabía controlar y eso me fascinaba. Le oía gemir y me excitaba del verle disfrutar mientras yo disfrutaba. Poco a poco fue acelerando el ritmo sin prisa. Seguía sintiendo su firma sexo dentro de mis humedades más lascivas. Deseaba que no parara cuando un orgasmo recorrió mi cuerpo de la cabeza a los pies. Cuando aún no me había repuesto el no paró y otro orgasmo más intenso me atravesó otra y luego otra y luego otra vez. El no llegaba aún y su aguante me ponía más cachonda. Seguía poseyéndome. ¡Deseaba que no hubiera fin! Me estaba convirtiendo en una adicta al sexo, al suyo en concreto. Cuando él por fin llegó al orgasmo y sentí su leche inundando mi sexo creía que iba a perder el conocimiento de placer extremamente intenso. Se tumbó a mi lado y me besó la boca. Aún no sabía si era un sueño o una locura pero puedo asegurar que jamás había disfrutado del sexo, ni siquiera en mis sueños más oscuros y lujuriosos, como aquel día junto a él sobre la moqueta de su habitación.

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