martes, 13 de agosto de 2013

ACEITE DE ALMENDRA A LA MENTA (relato)



Estábamos en agosto y éramos pocos los que no habíamos cogido aún vacaciones. Entre ellos estaba mi amigo David que las cogía la segunda quincena de agosto y la primera de septiembre y yo que las cogía una semana después que él.

 

El teléfono apenas sonaba y, como los responsables desaparecían siempre todo el mes de agosto, nos dedicábamos a ordenar el archivo el uno frente al otro y hablar de nuestras cosas. Luego nos íbamos a tomar algo a la máquina y al volver después de un buen rato que no nos podíamos tomar cuando estaban todos, volvíamos a ordenar papeles y a charlar.

 

Quedaban un par de días para que él se fuera y una semana larga para que me fuera yo y me fui a dar un masaje a un centro que me habían recomendando para soportar lo largo que se estaba haciendo el trabajo desde semana santa hasta la fecha. ¡Me dejaron como nueva! Me lo dio una mujer menuda pero con una fuerza increíble. Utilizó como un aceite de almendra a la menta del que me dio una muestra.

 

Al día siguiente, el olor a menta y la suavidad de mi piel eran todo uno. Llegué y enseguida vino David con un chocolate para mí y un té al limón para él.

 

-         Hueles a menta.

-         Son imaginaciones tuyas.

-         Que si niña, que hueles a menta – acercando su nariz hasta mi cuello me puso nerviosa y todo.

 

Le expliqué que me habían hecho un masaje y no paró de decirme que el quería probarlo también. Que sacara la muestra que me habían dado y que le hiciera un masaje yo.

 

-         ¡Estás loco! No puedo hacerte un masaje aquí y ahora.

-         ¿Por qué? ¡Si no hay nadie!

-         Te tendrías que quitar la camisa – tardó nada y menos en quitársela y quedarse con el torso al descubierto.

-         ¡Estás loco David! Yo no se dar masajes. ¿Y si viene alguien?

-         Pues ya cargaré yo con las culpas. Anda,… dame un masajito.

-         ¡Estás como una cabra! – me reí de su ímpetu y su insistencia y saque el frasquito y me puse un poco de aceite en la mano.

 

Sentada en la silla tras de él que se había sentado a horcajadas en otra delante de mi, empecé a deslizar mis manos por su espalda. El olor del aceite era increíble y todo lo que tocaba lo dejaba impregnado del delicioso olor a menta. Me dijo que siguiera y al ponerme la segunda vez, vertí demasiado en la mano. Me levanté para que no se le mancharan los pantalones y empecé a deslizarme por sus hombros, por su nuca y sin querer la mano se me resbaló un poco para su pecho. El se giró de golpe y me miró fijamente. Me quedé sin habla. Jamás había visto su mirada de tan cerca y eso me puso nerviosa a la vez que me excitó. A partir de ese momento ya no pude concentrarme en lo que hacía pero no podía parar en seco para que no pensara nada malo. Me senté y seguí con mucho cuidado esparciendo y masajeando su espalda. El notaba que estaba un tanto temblorosa. Cogió una de mis manos y la beso dulcemente. Eso hizo que un escalofrío intenso recorriera todo mi cuerpo. Se giró en aquel momento y beso mi boca. Lo que fue un roce de labios se convirtió en beso, que se encadenaba con otro mas intenso y fogoso. Sus manos empezaron a perderse entro los botones de mi blusa. Dejó entrever mi sujetador blanco de debajo y su boca, abandonó la mía para buscar mis pezones y saborearlos lentamente. Mi placer iba en aumento. Había olvidado donde estaba. Me dejaba llevar por aquel compañero. Desabrochó su pantalón y su miembro inmensamente erecto, salio por la bragueta. Bajé mi cabeza y empecé a saborearlo. El gemía y eso me excitaba más y más. Quería sentirle dentro de mí y parece como si él hubiera escuchado mis pensamientos. Levantó mi falda y ladeo mi tanga. Me acompañó hasta él y me puse a horcajadas introduciendo su sexo en el mío. ¡Fue increíble! Empecé a moverme muy lentamente para poder notar toda su excitación viril dentro de mí. Poco a poco comencé a mover mis caderas de forma salvaje notando como su sexo seguía erectamente fuerte penetrándome y haciendo disfrutar como una loca. No podía contener los orgasmos que me venían uno tras otro con más fuerza y cada vez más encadenados. El gritaba de placer pidiendo que no parara de moverme más y más y más y más y más. Noté como se derramaba dentro de mí y eso me excitó tanto que al poco me corrí yo encima de él con un orgasmo tan bestial como el suyo que me hizo alcanzar un éxtasis extenuante de goce.

 

Estuvimos el uno encima de otro un rato más y en aquel momento que no sabemos cuanto duró, no vino nadie, ni llamó nadie, ni nadie nos molestó. Si nos habían visto o no nunca lo supimos pero si pudimos comprobar que el aceite de almendra a la menta para nosotros dos, sería el afrodisíaco vital para nuestros futuros encuentros carnales.

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