lunes, 4 de julio de 2016

NI UNA PALABRA MÁS



008/150

Esta mañana me levanté con una sensación rara en mi cuerpo. Era muy temprano, a penas el sol podría estar despuntado el alba. Siempre me suelen decir que tengo demasiados pajaritos en la cabeza y que veo señales, siento cosas que en verdad no existen.

 

Tomé un vaso de agua, fui al baño y me volví a recostar en la cama. “Quizás ellos tengan razón” me dije mientras sentía cada vez más frío en mi interior. Me cubrí con una manta y al final, el calor, poco a poco, fue consolando mi cuerpo hasta dejarlo de nuevo dormido.

 

Cuando ya había llegado una hora razonable para levantarse, la noticia de tu muerte me llegaba atravesándome por entero, como un tiro que llega con su bala adecuada adentrándose en mi pecho, pero sin orificio de salida.

 

Tan sólo hace cuatro días te había escrito, pues llevaba demasiados días sin saber de ti (quince en concreto). En ese último cruce de las palabras me decías: “Estoy de vacaciones en el Hospital”. Luego, con ese tono irónico del que no da importancia a una enfermedad pese a que esta sea muy grave entonabas tras yo preguntarte por qué: “La quimio es veneno”.

 

¡Te mató el veneno! O la enfermedad, o ambas a la vez. Esta mañana no había nada que decir. No quedaban palabras, ni existirían nunca más.

 

Me dijiste ya hace un par de años cuando me diste la noticia de que te habían operado: “¿Por qué lloras? Esto no es nada”. Mas yo sabía que me mentías y que aquello acabaría contigo. No volvimos a hablar nunca más sobre ello y aunque ambos lo sabíamos cuando nos escribíamos, cuando hablábamos, nunca le dábamos más importancia de la que tú querías darle (supongo que así me protegías para que no volviera a llorar y para no sentirte triste por ser el causante de ese dolor simplemente por ser alguien tan importante en mi vida).

 

Hoy no estas para mitigar esta pena que siento crecer cada minuto que pasa aquí en mi interior. No está tu risa, ni tus palabras, ni tu música, ni tu abrazo, ni tu humor, ni tu rostro,…

 

Dijiste que no ibas a ir a ninguna parte. ¡Lo prometiste! Mas hoy incumpliste tu palabra.

 

Me gustaría poder enfadarme contigo pero no me has dejado ni fuerzas, ni valor para poder echarte en cara este abandono que hoy dejas, sin querer, tras de ti.

 

Descansa en paz mi dulce hermano de otra madre. Esta que te quiere y no te olvidará jamás, solo le queda poder rezar por tu alma con la esperanza algún día de encontrarte en el más allá para decirte a tu cara… “¡Rompiste tu promesa! Me dejaste sola por siempre jamás”.

 

PAULA J.

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