jueves, 21 de enero de 2016

FIESTA PRIVADA… ¡SÓLO CHICAS! (relato)



 

(Dedicado a Luís B.J.
Luís,… deseo que te guste y mucho. ¡Besos!)

 

Desde que compré el local para celebraciones privadas y lo acondicioné un poco, no había tenido ningún problema. Todo habían sido fiestas infantiles, alguna celebración de comunión y poco más. Nunca había tenido que hacer mucho más que ir a buscar el dinero, abrir el local, volver para comprobar que todo estaba bien y cerrar el local. Todo normal.

 

Cuando me llamó Paula para pedirme para alquilar el local me dejó hechizado con su dulce voz. Jamás me había llamado una mujer con una voz tan sensual y seductora como la suya. Estuvimos apenas quince minutos solamente. Pero me dejó francamente cautivado. Les reservé el local para el sábado por la noche por ser ella (jamás lo había alquilado después de media noche).

 

Pasaron los días y deseaba que llegara el sábado para verla. Cada vez que recordaba aquella voz, algo se revolucionaba en mi interior de forma salvaje.

 

Era viernes por la tarde y me sonó el teléfono:

 

-         Siiii.

-         Luís, hola, soy Paula.

-         Dime Paula.

-         Tengo un problema y necesito que me ayudes.

-         ¿En que podría ayudarte yo? – pregunté entre curioso y excitado.

-         Mira, el que nos iba a hacer de barman nos ha dejado tiradas y estoy fastidiada pues… no encuentro a nadie. Se que estoy abusando un poco pero… ¿Me podrías hacer el favor de hacerlo tú? Estoy desesperada.

-         Paula, yo nunca serví copas. Si pedís combinados raros, no podré.

-         Luís, lo más raro que pedirán será un cubata te lo prometo. Hazme ese favor te lo suplico. Pídeme lo que quieras por ello, en serio.

 

Cuando me dijo que le pidiera lo que fuera, deseaba decirle: “¡Te deseo a ti!” Mas controlé a la bestia que empezaba a nacer en mí cada vez que escuchaba su voz. Era cada vez más fuerte. Quizás fuera una bruja sin saberlo que me llevaba al lado oscuro con su canto de sirena oculto en sus palabras.

 

-         Esta bien Paula. Os haré de camarero.

-         ¡Gracias Luís! Eres un amor. Sólo una última cosita: eres gay en la fiesta.

-         ¿Cómo?

-         Sí, como celebramos varios divorcios, y las pobres están de los hombres hasta el gorro y claro, mejor que no sepan que tú eres uno. ¡Te recompensaré por ello te lo prometo!

 

Antes de que pudiera replicarle lo más mínimo, me había colgado. Ahora el marrón lo tenía yo encima. ¿Cómo me hacía pasar por homosexual? Si lo exageraba mucho parecería una pantomima y me pillarían. Y si se me salían los ojos de las orbitas si alguna llevaba algún escote muy pronunciado o demás, me cogerían a la más mínima. De veras que en buena me había metido.

 

Llegó el sábado por la noche. Lo único que se me ocurrió fue aliviarme sexualmente antes de ir a aquella fiesta. ¿Cómo iría vestido? Todo de negro (camisa negra y pantalón negro). Como elemento extra se me ocurrió ponerme una corbata rosa fucsia que me habían regalado y jamás me había puesto porque me parecía muy femenina para mí. Me miré en el espejo y me di pena a mi mismo. Pero en fin, supongo que a veces se hacen locura incluso estando sobrio.

 

Había quedado con Paula media hora antes en el local para hacer efectivo el pago del local. Cuando la vi creo que algo en mi interior explotó de puro goce. No sólo tenía una voz preciosa, sino era una mujer increíble: morena, alta, con el pelo largo suelto y rizado. Sus ojos eran pardos, intensos, expresivos. Pero no era una mujer de aquella con una talla normal sino con curvas, al estilo de las películas antiguas españolas donde las piernas eran piernas, donde los culos eran culos, donde los pechos eran cantaros de miel donde uno deseaba zambullirse hasta perder la razón. ¡Una diosa!

 

Cuando me vio le dio un ataque de risa. Después, me dio dos besos y entramos al local. Me ayudó a colocar las botellas y poner los refrescos y el agua en la nevera. Era una mujer inteligente, graciosa, no sólo un cuerpo y una voz. “¡Diooos! No me lo pongas más difícil” me dije para mis adentros suplicando que me diera una tregua en aquella noche que acababa de empezar.

 

-         ¿Crees que pasaré por gay?

-         Bueno, eso no lo sé. Tú no hables mucho por si las moscas. – respondió mientras volvía a sufrir otro ataque de risa.

-         Ya va no. Al final me vas ha hacer tener complejo y todo por tu culpa.

-         ¿Complejo de qué?

-         Leñe, complejo de falso mariquita. – los dos rompimos a llorar a mandíbula abierta.

 

Empezaron a llegar sus amigas una tras otra tras otra. Algunas se sentaron, otras pusieron música, otras empezaron a pedirme copas. Paula las iba saludando una a una y presentando a las que aún no se conocían.

 

Eran más o menos unas veinticinco chicas. Tres de ellas se habían divorciado recientemente y habían tenido tanto un matrimonio horrible como un divorcio lamentable. Entre risas y copas, el ambiente se fue caldeando poco a poco.

 

Habían pasado hora y media desde el inicio de la fiesta casi volando. Entonces Paula, le dijo a siete de ellas que fueran a cambiarse. Ella cogió el micrófono:

 

-         Amigas, llegó el momento esperado. Cuando una celebra una despedida de soltera los que se desnudan son ellos. Pero en una despedida de casada, no deseamos verlos para nada a nuestro lado. Es el momento de sentirnos guapas nosotras, de desnudarnos nosotras y lucir más bellas que nunca no para nadie, sino porque nosotras lo valemos – todas gritaron a coro un sonoro SÍÍÍÍÍÍÍÍ. – No sólo hay que sentirse guapa por fuera sino también por dentro y es por eso que esto… va por vosotras.

 

Alguien le dio al play y como un desfile de Victoria’s Secret se tratara, empezaron a desfilar una tras otra con lencería de lo más sexy. Yo creí morir, me sentí volar a un cielo donde los ángeles lucían unas telas de lo más sugerentes y vaporosas que hacía que uno no pudiera controlar su instinto más salvaje.

 

Por si aquello no fuera poco, todas las que aún iban vestidas con ropa normal, se emocionaron ya fuera por la euforia del alcohol, empezaron una a otra a desnudarse y a quedarse en ropa interior. Se frotaban entre ellas de forma lasciva. Algunas se acariciaban los pechos por encima de las escasas telas como si de algo gracioso se tratara. Yo cada vez me estaba poniendo más y más nervioso. Ya no sabía donde meterme. No podría seguir mucho tiempo más allí fingiendo que no era un hombre. Mi sexo estaba más duro que nunca. Ellas bailaban ajenas completamente a mi condición de hombre.

 

Apagaron algunas de las luces más claras y con las luces intermitentes, empezaron a moverse, a deslizarse sin pudor unos cuerpos contra otros sin temor alguno de estar siendo un festival de goce infinito para mis ojos.

 

En ese momento, Paula, con su precioso conjunto color negro con algunos detalles color rojo sangre, vino hacía a mí. Ahora parecía que era ella la que se sentía atraída hacia a mi como por una fuerza sobrehumana la empujara sin remedio. Me beso en la boca ajena a que cualquiera de las otras pudiera vernos.

 

-         ¿Estas cachondo verdad? – no respondí. La erección más que visible en mi bragueta lo hizo por mí.

 

En aquel momento ella se arrodilló ante mí. Deslizó su mano por encima de mi paquete haciendo que yo gimiera tímidamente. Bajó la cremallera dejando libre mi verga inflamada en exceso. Se la metió la boca y empezó a chupármela poco a poco, sin prisa. Yo estaba tan excitado que sentía que iba a derramarme en cualquier momento. Sin embargo ella era muy diestra con su lengua. Sabía cuando frenar, cuando acelerar, cuando parar, para que mi deseo, para que mis ansias fueran cada vez más y más. Bajé la mirada y la mire fijamente. Estaba disfrutando como una posesa de ese momento mientras yo intentaba no gemir demasiado fuerte para que sus amigas no se dieran cuenta de que lo estaba haciendo ella justo ahí, detrás de la barra, delante de sus ojos. No se cuanto rato se tiró allí, arrodillada, lamiéndome, mordisqueando mi sexo, llevándolo al límite y frenando una y otra vez. ¡Me tenía loco de deseo! No podía aguantar mucho más. Me iba a morir de excitación. Entonces se incorporó poniéndose delante de mí. Su culo apretó mi descomunal pene contra él y empezó a refrotarse con el culote sobre él. “¡¡¡DIOOOOOOOOOOOSSSSSS!!! No puedo aguantar más” grite entre dientes. En ese momento ella, me cogió la verga y se la metió para que la poseyera. Yo no podía moverme. Estaba en un trance fantástico, con sus amigas ante mí entre penumbras jugando entre ellas en ropa interior de forma más que lujuriosa, con ella dejando que jugara conmigo como si yo fuera su muñeco sexual que ya no era dueño de mis sentidos. Sólo sentía un ardor inaguantable, un deseo ardiente recorrer todo mi cuerpo, un desenfreno que jamás había experimentado en la propia piel, que notaba que por momento perdía de vista hasta el mundo. Ella no paraba de moverse diestramente, haciendo que mi sexo entrara y saliera de ella ahora más rápido, ahora más lento, ahora frenando de golpe para seguirme teniéndome a su merced.

 

-         Paula, no puedo más, no puedo más… - le grité clementemente entre susurros.

-          

Ella mirándome de forma picara, empezó a moverse cada vez más y más lento, hasta que de golpe se metió mi sexo todo dentro del suyo y grité chorreando tanta leche que le fue cayendo sin yo salirme por entre medio de las piernas.

 

Sus amigas no se dieron cuenta de nada. Pero yo había vivido la experiencia sexual más increíble de toda mi vida de manos de aquella hechicera que me embrujó con su voz desde el primer día.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario