viernes, 4 de septiembre de 2015

EL NIÑO DE LA PLAYA



Ahí estaba en la playa, un niño menudo, con camiseta roja, pantalón azul marino corto, zapatillas de velcro. Su carita hundida en la arena, con el mar aún mojándole su tierna carita, esperando a ser “rescatado” de un destino final sin sentido.

Se llamaba Aylan y tenía tres años. Había nacido en Kobane. Tenía un hermanito mayor de cinco años que se llamaba Galip, tan dulce y cariñoso como él. Su mama Rehan y su padre Abdulah fueron, junto a sus hijos, parte de aquellas trescientas mil personas que habían conseguido escapar del lugar que les vio nacer con el único propósito de escapar de la guerra.

Buscaron asilo en Canadá pero les fue denegado. Intentado encontrar un lugar mejor para poder tramitar los visados para reunirse con la hermana de Abdulah, decidieron cruzar el mar. Se apretujaron en un bote con otras 17 personas en la playa de Bordum con la intención de recorrer los seis quilómetros que la separan de la isla griega de Kos. Pero la embarcación acabó naufragando y, con ella, todos los sueños de la familia Kurdi. Sólo el padre, Abdulah sobrevivió.

Su historia dura hasta de leerla: “Conseguimos un bote y empezamos a remar hacia Kos. Después de alejarnos unos 500 metros de la costa, en el bote empezó a entrar agua y se nos mojaron los pies. A medida que aumentaba el agua, cundía el pánico. Algunos se pusieron de pie y el bote volcó. Yo sostenía a mi mujer de la mano. Las manos de mis dos niños se escaparon de las mías, intentamos quedarnos en el bote, pero el aire disminuía. Todo el mundo gritaba en la oscuridad. Yo no lograba que mi esposa y mis hijos oyeran mi voz".

Por desgracia, Aylan no emprendió sólo ese último viaje final. De la mano de su mamá y de su hermano mayor, seguro que uno a cada lado pues él era el menor de la familia, tras el horrible y angustioso trayecto en bote, ascendieron muy arriba, donde sin duda no hay guerras, ni conflictos, ni armas, ni miedo, ni dolor, ni nada capaz de dañar a un pequeño que sin saber lo que era estar vivo tuvo que aprender a volar para poder alcanzar la paz.

La imagen del pequeño ha dado la vuelta al planeta. Sin duda, en muchos periódicos y publicaciones, se dice que ese niño ha conmovido la conciencia europea. Sin embargo… ¿Cuánto durará? ¿Lo suficiente para que no haya otro cuerpecito menudo esperando a ser rescatado cuando ya no hay nada que hacer por su vida?

No deberíamos esperar que la muerte se nos presente frente a frente para intentar cambiar las cosas. Tendríamos que ser capaces de un paso adelante para conseguir que cosas como esta no sucedieran. Por desgracia, seguimos siendo demasiado animales como para darnos cuentos de lo que es necesario para aliviar el dolor humano hasta, que sin duda, ya es demasiado tarde.

MORALEJA: Epicteto de Frigia dijo: “No hay que tener miedo de la pobreza ni el destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio miedo”.

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