martes, 9 de septiembre de 2014

ÉL ES EL JEFE (relato)





Pese a que dicen que le hábito no hace al monje, en una empresa si llevas traje, tienes despacho propio y no todo el mundo puede hablar contigo sin lugar a dudas eres un “jefe”. Pero hay otro hábito que sin querer pone a una en su lugar y este, sin duda, era una bata azul y una fregona.

Llevaba tres meses limpiando aquella empresa. Al principio éramos dos chicas, pero con los recortes, era yo la única que iba y se pasaba desde las cuatro de la tarde hasta las diez de la noche, limpiando como podía aquella inmensa nave con laboratorio y oficinas. Todo tenía que ser limpiado: mesas, lavabos, vestuarios,…

Un día de esos malos, de esos que todos tenemos como mínimo una vez al mes, llegué a la empresa y no había nadie. Había una reunión de personal no sé muy bien donde, pero los teléfonos no paraban de sonar y nadie los cogía. Yo fui a buscar mis cosas para empezar a limpiar cuando desde la calle entró ‘El Jefe’ como alma que lleva el Diablo.

-         ¿Es qué no oye como suenan los teléfonos? – me espetó vociferando.
-         A mí no me grite.
-         Pues… ¡Cojálos! – esa orden me gustó menos que nada.
-         Le he dicho,… Que NO me grite
-         ¿Qué no me entiende? ¡¡¡COJA EL TELÉFONO!!! – me enfocaba el teléfono como si estuviera hablando con alguien que no le entendiera y gritando más fuerte al final.
-         ¡¡¡QUE NOOOOOOOOOOOOOOOOOO ME GRITEEEEEEEEEEEEEEE!!! – le alcé la voz por encima de él acercándome de forma agresiva clavando mi mirada en la suya sin pestañear.

No aparté la mirada. Seguía frente a él, mirándole sin inmutarme de que el fuera más alto, sin inmutarme de que él fuera el jefe, sin inmutarme por nada. No sé cuanto tiempo pasamos así. Los teléfonos dejaron de sonar o al menos, yo no los escuchaba y creo que él tampoco. Sentí un rubor extraño acalorar sus mejillas. Cuando tome consciencia de que su miembro había crecido inmensamente dentro de su bragueta por aquella no cesión de poder, me sentí poderosa. Jamás me hubiera imaginado que un hombre que parecía tan poderoso en aquella empresa, le gustara que quedaran por encima de él aunque sólo fuera por el tono de la voz. Pero se excitó. Y estaba allí, ante mí, como esperando órdenes.

Lo que pasó después no puedo entender aún ni como lo hice. Le cogí por la corbata y le llevé a su despacho. Él no pronunciaba palabra y yo sólo pude decir de forma imperativa: ‘¡Ahora mando yo!’

Cogí una silla, la puse en medio de su despacho. Lo empujé para atrás. Me quité la bata. Debajo de ella sólo llevaba un short y un top rosa. Cogí la bata y le até las manos a la espalda. Me miraba pero no decía nada. ¡No tenían que decir nada! Su excitación era visible en todo su cuerpo. Aquello le gustaba y mucho.

Liberé a su bestia ardorosa de su prisión con un brusco movimiento de muñeca. Se notaba que aquel gesto le había hecho un poco de daño pero sus ánimos no desfallecieron por eso. ¡Seguía duro! ¡Seguía firme! Esperando a que yo hiciera o deshiciera lo que me diera la gana con él.

‘¡Ahora mando yo!’ Le dije mirándole de nuevo fijamente a los ojos. El asintió de forma servil con la cabeza. ¡Como me estaba gustando todo aquello! Tener el poder, dominar, poder estar por encima de alguien,… Era un goce nunca antes sentido y que no podría describir con palabras.

Me bajé el short. Me quité el top. No llevaba ropa interior. Cuando vio que estaba completamente desnuda frente a él. Su sexo cogió una dimensión nueva de dureza. Me puse sobre él. Me introduje su sexo en el mío y empecé a moverme con firmeza. La primera vez, pude sentir como su sexo me llenó por entero. Pero no paré, seguí firme, primero muy lento. Podía ver su cara derretirse de placer. Me gustaba estar encima, ver que no podía tocarme, sentir que yo tenían en mi cuerpo la llave de nuestro deleite. Empecé a incrementar mi ritmo pélvico. Notaba como estaba tan duro que estaba a punto de irse.

-         ¡No puedes correrte! ¡NO! – grité y se contuvo. Pero no dejé de moverme y cada vez era más complicado para él no derramarse.
-         ¡No dejo que te corras! ¡Sigue empalmado! – le grité mientras seguía moviéndome más y más fuerte.
-         ¡No te corras! ¡Sigue empalmado! ¡No te corras! – seguía ordenándole y él, con un esfuerzo sobre humano, me obedecía sin rechistar.
-         ¡Sigue duro! ¡Sigue duro! ¡Sigue duro! – ya había perdido yo misma el control pero quería seguir, sitiándole dentro, muy duro.

Estaba que no podía contener mi orgasmo y le miré a los ojos fijamente antes de derramarme diciéndole: ‘¡Ahora! ¡¡¡CORRETE AHORA!!! ¡¡¡CORRETE PARA MÍ!!! Sí…’

Fue un orgasmo bestial el que recorrió su cuerpo y el mío. Sentir su ardor dentro de mí me gustó tanto, que me quedé encima de él un buen rato mientras él trataba de recuperar las pulsaciones.

Sin duda él era el jefe. Siempre lo sería. Pero hoy, había sido yo la que había estado por encima de él y sobre él. ¡¡¡PURA GOZADA!!! Ojala se repita pronto pero en otro lugar.

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