jueves, 7 de agosto de 2014

EL OJO QUE LLORA UNA LÁGRIMA





Es raro pero es cierto que a veces lo que te impacta de una foto, es lo que nadie se percata a simple vista.

Es lógico que esta época vacacional, muchos sean los que, ya sea para ponerte los dientes largos, ya sea para pasarte por la cara el ligue del último verano (sin que este sea una película de terror, en principio), ya sea por intentar ponerte celosa con aquellas que conoció en la playa, en la piscina, subiendo a una montaña, en urgencias del hospital cuando le picó una medusa (maldito blandengue. Ir al hospital por una medusa. Suerte que le dejé hace ya cuatro meses), ya sea porque se crea, quien sea (normalmente una amiga rubia), que su vida en el “extranjero” por unos meses es más importante para ti que la tuya propia, te encuentras tanto por wassap como por e-mail, con un sin fin de lugares y de rostros, que por un instantes, no son nada ajenos (bueno, hasta que le das a visualizar la próxima foto).

Cuando eliminas de tu mirar esos lugares más que trillados por los veraneantes de turno y llegas a esa amistad de verdad, que te hace participe, no sólo con fotos puntuales su viaje, sino con pequeños escritos sobre la misma, es entonces cuando mirar una foto no es sólo un acto de contemplación sino que se convierte, en un momento de admiración.

En esas fotos que para ti, por la explicación y la persona que las remite, tiene olor, color, forma, lugar y fecha, se vuelven como parte de una ventana a la que asomas la cabeza, con permiso, y de dejas embriagar, durante unos instantes, de toda su fuerza.

A mí me ha pasado con la foto de una amistad envida desde Dijon. Una calle solitaria, con una bella casa con media fachada hasta el techo de madera y la otra media, la parte baja, de piedra blanca. Las ventanas, pequeñas y cuadradas, con una madera pintada en un rojizo más que cálido. Tras ellas, una suave y sedosa cortina puramente blanca. El conjunto tanto de la visión como de la descripción era mas que sublime. Cuando, una curiosidad, aparece ante mis ojos que sin lugar a dudas, no vio el cámara cuando hizo la foto, ni el viajante cuando describió aquel lugar. Una pequeña caja eléctrica, en el exterior de la preciosa casa, en un lateral, con un ojo y una lágrima cayendo de este. ¿Cómo puede llorar, con esa pena, alguien ante tanta belleza junta? ¿Quién lo dibujó? ¿Por qué en ese lugar?

Mientras las respuestas siguen sin llegar, algo se encoje muy adentro en mi pecho y me hace pensar: que ajeno es todo, para los ojos que miran sin llegar nunca a ver.

MORALEJA: Henry F. Amiel, (1821-1881) escritor suizo, dijo: “Mira dos veces para ver lo justo. No mires más que una vez para ver lo bello”.

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