sábado, 19 de julio de 2014

PRISIONERA DE UN “AMOR” (poema)



PRISIONERA DE UN “AMOR”

Había una cuerda
muy fina, atándome a ti.
Era un títere ciego,
que bailaba agradecida
al son de los latitos
de mi corazón enamorado.

No recuerdo cuando,
mas un día la cuerda
se deshilachó aferrando
cada extremidad de mi
cuerpo sin apenas
darme cuenta.
Sentí la soga apretarse
a mis muñecas,
luego a mis tobillos,
por último a mi cuello.
No podía moverme,
no si tu permiso.
Tuve miedo.
¡Me asusté!
Tu boca acalló la mía.
“Esto no es nada”, me dije
y continué con mi vida.

Desde entonces,
poco a poco,
deje de ser yo misma.
Un día no me pinté
la línea de los ojos,
pues no te gustaba
como me quedaba.
Al siguiente deje
las pestañas sin su máscara.
Al otro ni los labios
lucían su brillo rosado
que guardaba cuidadosamente
en mi bolso.
¡Deseaba agradarte!
Cumplir tus deseos.
“Esto no es nada”, me dije
y continué con mi vida.

Llegó el verano y dejaron
de gustarte aquellas prendas
que te hicieron enloquecer
de amor por mí.
Me deshice de las mini faldas,
de los vestidos veraniegos,
de todos mis bikinis.
No soportaba mis
short y los regalé.
Te hacían enfurecer
mis tops, mis transparencias,
todas aquellas prendas
que dejaban ver un retazo
insinuado de que debajo
había una mujer.
¡Todo lo rompí por ti!
“Esto no es nada”, me dije
y continué con mi vida.

Pasaron los días.
Alguien nos invitó
a una fiesta infantil.
Eran de tu familia.
Fuimos pero no te
gustó nada llevarme.
¡Deseabas mantenerme
fuera de su alcance!
Tu primo me acercó
un vaso con algo.
Tus ojos se llenaron de ira.
Viniste hacia a mi directo,
como un tren sin control,
derramando con su acometida,
su líquido sobre mis prendas.
“¡Vámonos!” me ordenaste.
Nos fuimos sin más.

La puerta de nuestro hogar
se abrió y tras cerrarla tras de ti,
vinieron unos reproches
que no alcanzaba a entender.
“¡Te gusta mi primo! ¿Verdad?
¡Te gusta que te miren! ¿A qué sí?” decías.
No quería responder.
Me obligaste a gritos a hacerlo.
Cuando despegué mis labios
tu mano cruzó el cielo,
hasta estrellarse con mi mejilla.
¡No dije nada!
Puse mi mano para calmar
la rojez saliente
que empezaba a cobrar vida.
Me levanté, me fui al baño.
¡No me seguiste!

Me duché. Deseaba que el agua
me hiciera olvidarlo todo.
¡No había suficiente en
el mundo para conseguirlo!
Tumbada, en la cama,
me miraste y me susurraste:
“Ves lo que me haces hacerte por tu culpa.
Me duele más de lo que te piensas”.

Cuando cerró los ojos
recogí mis ropas,
las que me quedaban.
Me llevé lo poco que era mío.
Cerré la puerta tras de mí
dejando la llave sobre la mesa.
“¡Esto no es amor!” me dije.

Empecé a alejarme poco a poco,
y retomé lo que había sido mi vida.
¡Ahora si que era mía!

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