martes, 17 de junio de 2014

LÍNEA ERÓTICA (relato)





- ¡Hola! ¿Cómo te llamas?

- Verdaderamente eso importa.

- Bueno, a mí me gusta saber con quien hablo.

- Me llamo Diego.

- Hola Diego, yo me llamo Alejandra.

* Diego: ¿Ese es tu verdadero nombre?

(Silencio)

* Diego: No hace falta que respondas. Ya sé que no.

* Sofía: Yo me llamó Sofía.

* Diego: ¡Hola Sofía! Y gracias.

* Sofía: ¿Qué te gusta Diego?

* Diego: Sofía, perdona pero es que no se ni por que he llamado. No sé que esperaba encontrar.

* Sofía: Esto es una línea caliente. Quizás estuvieras deseando ser disfrutado por una mujer.

* Diego: No exactamente. ¿Podemos sólo hablar?

* Sofía: ¿No tienes amigos?

* Diego: Sí, claro que tengo amigos pero ahora, no quiero hablar con ellos. Deseo hablar con una extraña.

* Sofía: Yo soy una extraña. Dime lo que desees.

* Diego: Primero cuéntame tú. ¿Por qué estas ahí?

* Sofía: ¿En serio quieres saber eso? Estas llamadas son caras. Mejor será que llames a alguien que no te cueste tanto.

* Diego: ¡Olvida el dinero! ¿Por qué estás ahí?

* Sofía: ¡Bien! Después de tres años en paro, con entrevistas horribles y sin oportunidades laborales, esto fue lo único que me quedó por hacer.

* Diego: ¿Cuánto tiempo llevas ahí?

* Sofía: Tú eres mi primera llamada.

* Diego: ¿En serio?

* Sofía: Pues sí, de hecho hasta llegué a pensar que era una prueba, una especie de novatada al principio.

* Diego: ¿Qué te hace pensar que no lo sea ahora?

* Sofía: ¡No lo sé! Aposté por mi instinto y si me equivoco, pues mira. De los errores también se aprende.

* Diego: Pareces una chica inteligente. ¿De qué trabajabas antes?

* Sofía: Antes era administrativa contable.

* Diego: ¿Y no hay nada para ti de lo tuyo? ¡No me lo puedo creer!

* Sofía: Sí que hay ofertas pero hay más demanda que ofertas. A una chica más joven creen que la podrán moldear mejor y supongo que por eso no he sido nunca la seleccionada. Yo no pierdo la esperanza de encontrar de lo mío pero con ella, no pago las facturas a final de mes.

* Diego: Comprendo.

(Silencio)

* Diego: ¿Te gusta lo que haces ahora?

* Sofía: Ya te he dicho que tú eres mi primera llamada.

* Diego: Cierto.

* Sofía: ¿En qué trabajas tú?

* Diego: ¡Ni yo lo sé! En mi contrato pone una cosa pero al final, acabo ejerciendo de otra.

* Sofía: ¿Te gusta lo que haces?

* Diego: Francamente no. Me gusta el dinero que me proporciona este trabajo. Tengo un buen nivel de vida. Lo demás, es francamente una mierda.

* Sofía: ¡Lo siento! ¿Dónde estas ahora?

* Diego: ¿Cómo sabes que estoy de viaje?

* Sofía: Intuición femenina.

* Diego: Estoy en Madrid por negocios.

* Sofía: ¿Un día duro?

* Diego: ¡Un día nefasto! A veces olvidamos que pese a llevar traje y corbata y estar bien remunerados, el trabajo que hacemos no deja de ser muy parecido al de un comercial. Siempre hay alguien que tiene más, que tiene que apostar por ti, por tu empresa, por tu proyecto. Y no todas las personas con las que tratamos son agradables. A veces son tan estúpidos y tan cortos de mentes, que te gustaría decirle cuatro verdades a la cara. Al final te callas. Vuelves a tu hotel sólo porque su versión de pasárselo bien es ir de putas y tu pasas de acabar el día con una mujer que no te toca ni con un mínimo de pasión y decoro, y lo único que desea es que te corras y poco más.

* Sofía: Sí,… ese es mi trabajo ahora.

* Diego: ¡No quería decir eso! Discúlpame.

* Sofía: No tengo que disculparte nada. De hecho no deseaba ni empezar. Esperaba, por activa y por pasiva, que me dijeran que no estaba capacitada para ello. Pero resulta que todas las mujeres estamos capacitadas para excitar a un hombre con nuestras voz. ¡Todas! Que máxima más estúpida.

* Diego: Eh,… no te tortures con esto. Es mejor que prostituirse. ¿No?

* Sofía: No sé que decirte Diego. Según tu explicación anterior, yo y una profesional del sexo, hacemos lo mismo y por dinero. ¡No hay diferencia!

(SILENCIO LARGO)

* Diego: Sofía,… si esta hubiera sido una llamada caliente,… ¿Qué me habrías dicho para ponerme cachondo?

* Sofía: Esperaría a que me respondieras que te gusta. Y empezaría a describir una situación que te excitara. Susurraría, pondría mi voz más sensual de mundo, y me dejaría hacer.

* Diego: ¿Te gusta dejarte hacer?

* Sofía: No.

* Diego: ¿Has tenido sexo telefónico?

* Sofía: No. Hasta la fecha, no.

* Diego: ¡Sal de ahí Sofía! Sal de ahí ahora mismo.

* Sofía: No soy tan valiente Diego.

* Diego: No se trata de valentía. Sal, no te hará bien nada de lo que hagas en ese lugar. Yo se lo que es trabajar y sentirse sucio al final del día. ¡Sal de ahí! Te lo ruego. ¡Sal!

* Sofía: Tengo miedo.

* Diego: Te prometo que te saldrá algo mejor. Ahora sé fuerte y sal de ahí.

* Sofía: ¡Vale! ¿Cómo puedo agradecerte esto?

* Diego: No tienes que agradecerme nada. ¡En serio!

* Sofía: ¿En qué hotel estás? Me gustaría verte.

* Diego: ¿Estás en Madrid?

* Sofía: Sí.

* Diego: Hotel Villa Magna.

* Sofía: ¿Me dejas que te vaya a ver?

* Diego: Sería todo un placer. Te espero en el hall del hotel.

* Sofía: Llevo tejanos y blusa de color melocotón. Acércate tu a mí que yo soy muy cortada. Tardo un cuarto de hora.

* Diego: Ya tengo ganas de verte. ¡Hasta ahora!

Colgué el teléfono. Me dirigí a mi responsable en el call center y me fui sin ningún temor hacia la puerta. Nunca debí aceptar un trabajo como aquel. Y había sido un hombre, mi primera llamada, un chico que no sabía ni porque llamaba, el que me había abierto los ojos a la realidad. Estaba agradecida y a la vez, asustada pues era la primera vez que quedaba con un desconocido.

Cogí un taxi y tal y como le había dicho a Diego, en un cuarto de hora estaba en su hotel.

Al entrar había un hombre alto, de metro noventa y cinco con un traje bastante ajustado, pantalón recto de color azul eléctrico apagado con una preciosa camisa blanca y una deliciosa corbata azul más viva de color que el traje. Su pelo era castaño, sus ojos intensamente marrones, con un bigote que no parecía bigote y una perilla recortada en lo más bajo de la barbilla, que tampoco parecía perilla.

Diego era un hombre que nada más verle, te cortaba la respiración de golpe. Si no hubiera sido por la sonrisa que me lanzó al acercarse, creo que hasta me habría dado la vuelta un tanto asustada.

Nos dimos un par de besos, y nos dirigimos al bar del hotel. Tomamos un par de copas y yo no podía dejar de mirarle. Mi mente ya no estaba en mí si no que se había trasportado a un lugar donde se imaginaba a Diego en la situaciones mas perversas y lascivas que yo nunca hubiera imaginado con una persona a la que no conocía.

Yo deseaba besar, deseaba que me poseyera. Pero no decía nada. Me aguantaba mis ganas y le escuchaba hablar de lo valiente que había sido al dejar el trabajo.

Me disculpe y fui al baño. Necesitaba serenarme. Me miré al espejo y me dije:

-        Sofía, por el amor de Dios. ¡Céntrate! Él ha sido cortés y en ningún momento ha dejado de portarse como un señor. ¡No seas una cría! Está por lo que dice y deja de imaginarlo desnudó a tu lado, encima de ti, debajo, sudando de puro placer.

Yo pensé aquellas palabras pero no me había dado cuenta que las había dicho en voz alta. Diego me había seguido sin yo darme cuenta, y desde la puerta me había oído. Entró de golpe y poniéndose tras de mí, empezó a besarme el cuello de forma impulsiva. Estábamos frente al espejo del baño. Podía notar su excitación empujarme desde atrás encerrada dentro de su pantalón. Yo le cogí por la cintura hacía a mí para intentar sentirlo mas cerca. Él, mientras seguía besando mi cuello, mi nuca, desabrochaba apresuradamente mi blusa, dejando mis pechos libres al aire pues no llevaba sujetador. Él, al percatarse de aquel detalle que le había pasado por alto mientras hablábamos, se puso aún más duro tras un grito inmenso de placer contenido. Bajó su bragueta, bajo mi pantalón y mis braguitas, y me penetró desde atrás de golpe. Yo estaba tremendamente húmeda y pude notar como se clavaba su verga hasta el fondo sin apenas dolor. Los dos estábamos muy acelerados. Gemíamos ansiosos. Sus ataques eran directos, certeros, placidos, llenos de efusividad desatada. Yo sólo podía gemir, y gemir, y gemir cada vez más y más y más cachonda. Estaba tremendamente mojada. Jamás lo había estado tanto nunca. Y su sexo, era una delicia, que parecía no agotarse pese a lo morboso de aquella situación. Seguía empalmado, empujándome, arremetiéndome, ensartándome con su vigor masculino alto, fuerte, perversamente delicioso. Miró al espejo y yo le miré a los ojos mientras seguía metiéndomela cada vez más y más fuerte, cada vez más y más rápido. Le gustó que le aguantara la mirada y tras eso, pude sentir como su leche me recorría por dentro de mi sexo ardiente. Al sentirla no pude contenerme más y me corrí yo también.

Tras aquello nos quedamos los dos casi sin fuerzas el uno echado en el otro de pie frente al espejo. Nos incorporamos, me besó en la boca y me preguntó:

-        ¿Te apetece subir a mi habitación conmigo?
-        Será un verdadero placer.

Pasamos toda la noche gozando como dos fieras en celo. Fue la mejor noche de mi vida. A la semana, no sé como, encontré trabajo de lo mío. Aquel hombre me había cambiado la vida y no tenía ni idea, de que manera. ¡Gracias Diego!

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