miércoles, 27 de noviembre de 2013

LA NUEVA COCINERA (relato)

 

En la empresa éramos unos quinientos empleados y como estábamos en un polígono apartado, se instaló un comedor para todos con un precio simbólico por menú, para que no tuviéramos que desplazarnos sobretodo los que trabajábamos en la oficina y teníamos turno partido.

 

La cocinera de siempre, Cristina, había sido mama y durante esos cuatro meses de baja maternal, sería reemplazada por otra chica. Decían que era encantadora pero yo no la había visto aún.

 

Habían pasado dos meses de su incorporación y aún no la había visto una vez. No es que me quitara el sueño pero siempre que entra alguien nuevo, además si es mujer, los hombres tenemos que hacer nuestra inspección previa sólo por mera curiosidad (no es una norma establecida pero algo bonito merece ser admirado y nada más bello que una mujer).

 

Cuando la vi la primera vez, tenía el pelo recogido, con ese gorro típico de cocina que no favorece nada. Iba toda vestida de blanco, el típico uniforme de cocinera.

 

Antes de irnos de vacaciones de Navidad, hicimos una fiesta unos cuantos compañeros y compañeras de trabajo. Se apuntó mucha gente y fue agradable porque no era la típica cena de empresa que te ves obligado a ir por compromiso sino una cena de compañeros que cada cual se pagaba lo suyo. Nos sentamos en una mesa grande que prepararon para nosotros en un restaurante y, al ser tantos, como unas cien personas, nos dejaron el comedor todo para nosotros. No había menú. Podíamos elegir lo que nos diera la gana de la carta. Además, tenían un DJ que pondrían para nosotros primero de fondo para comer tranquilos y luego, con el café, como si fuera una mini discoteca sólo para nosotros.

 

Llegó la hora de los postres y el café. La música empezó a volar por el ambiente con ritmo. Algunas mujeres salieron a la pista cuando empezó a sonar La bomba de Ricky Martín (es bueno observar desde lejos como bailan la chicas). Había una de ellas que no me sonaba de nada. Morena, pelo suelto recogido en un moño (parecía tenerlo largo y rizado), vestido negro con bolero, zapatos de tacón alto negros y una silueta no muy delgada pero con curvas de escándalo. Pregunté a un compañero que quien era ella y me dijo: “Es Francesca Fourside, trabaja en la cocina temporalmente”. ¡¡¡Madre mía!!! ¿Ella era aquella mujer vestida de blanco con gorro? Me dije a mi mismo que hay ropas que no favorecen nada. Pablo, mi compañero, me dijo que era italiana, que sus padres eran de Texas y Roma. Que había trabajado en grandes centros culinarios de toda Europa y que ahora había decidido tomarse un año sabático, viniendo a suplir Cristina.

 

Empezó a sonar otra canción Torero de Chayanne y todas en la pista saltaban de alegría cuando uno de nuestros compañeros empezó a bailar junto a ellas. Francesca se alejó hasta la mesa y se quitó el pasador del pelo dejando este suelto al aire (fue una visión excitante verla sacudirse el pelo y tocárselo con la mano para dejarlo todo salvaje). Luego se quitó el bolero que le cubría los hombros dejando ver la parte de arriba del vestido que sólo tenía una manga. ¡Que sensual! Pensé mientras me mordía inconscientemente el labio inferior. Justo en ese momento, ella se giró como si pudiera leer mis pensamientos y me miró fijamente. Yo me quedé como cortado pero al verla sonreír, se me pasó todo. Salió a la pista de nuevo sin dejar de mirarme. En aquel momento empezó a sonar Genie in a bottle de Cristina Aguilera. Era una canción muy sensual. Bailó entre todas las chicas que de nuevo se habían quedado en la pista y con movimientos morbosamente interesantes. De vez en cuando, cuando su cuerpo imitaba una corriente que traspasaba en forma de onda todo su cuerpo, me miraba y yo creía arder por dentro. Me la imaginaba encima mío, escarrancha entre mis piernas y haciendo aquellas inclinaciones pélvicas tan cerca de mí que podía sentir hasta cuando le faltaba el aire. Tuve una erección con esos pensamientos.

 

Cambió la música y empezó a sonar La Tortura de Alejandro Sanz y Shakira. Entonces lo vi claro,… jamás podría acercarme a ella si no salía a la pista de baile. No pude hacerlo. La miré y pensé: La tortura para mi es no poder estar con ella y hacer mis pensamientos realidad. En ese momento ella pareció que me escuchara. Paró de bailar. Yo me fui al baño a serenar mis pensamientos. Cuando iba a salir del baño ella estaba en la puerta y me dijo: “Salgamos de aquí”. No me lo pensé dos veces. Nos fuimos a mi coche y ella me indicó una dirección. Creía que era la dirección de su casa. Me equivoqué. Era un club liberal. Entramos, pedimos una copa. Adentramos y teníamos que desnudarnos antes. En la entrada había un sillón esquinero para sentarse y ella me hizo que me sentara. Me dijo: “No dejes de mirarme” No me había dado cuenta pero por los altavoces del local, sonaba Genie in a bottle. Desabrochó su vestido que estaba bajo una axila y dejó caer su vestido al suelo. No llevaba sujetador. Me excité a contemplar sus pechos por primera vez. Se acerco a mí, aún con el culotte puesto y con los tacones y empezó a desnudarme. Estaba tremendamente empalmado. Me dejaba llevar y me encantaba. Cuando sólo me quedaba el boxer, empezó a menear su culo bajando suavemente sin llegar a sentarse en mí y subiendo rozando con su trasero mi sexo custodiado aún por mi ropa interior. ¡Eso me puso aún más caliente! Se acabó de desnudar dejándose los tacones. Nos fuimos adentro y entre una luz muy tenue, apagada, había parejas aquí, parejas allá, dándose placer. A mí me guiaba su cuerpo y fuimos a parar a un cuarto oscuro. Estaba abierto a todos los que quisieran. Allí ella empezó a rozarse contra mi cuerpo primero de espaldas, para que pudiera sentir su culo apretando contra mi pene. Empecé a besarle el cuello mientras acariciaba sus caderas y las apretaba más contra mi cuerpo. Ella alargó una mano hasta mi sexo y empezó a pajearme. En ese mismo momento, un hombre entre las sombras y una mujer se le acercaron. Ambos empezaron a morderle los pezones. Esa visión me puso más duro y su mano, me recompensó con caricias cada vez más lentas. Su otra mano fue al sexo de la chica acariciando su sexo y poniéndonos al otro hombre y a mi cardíacos con aquella visión lesbicamente morbosa. Luego soltó mi verga y me pidió entre gemidos que avanzara. Metí mi sexo en su trasero. Ella aprovechó su mano suelta para alcanzar el pene del otro hombre. Aquella mujer, aquella diosa, estaba dando placer a tres personas a la vez. La mujer disfrutaba con aquellos dedos paseándose por sus adentros. El otro señor disfrutaba a placer con aquella paja tremendamente lenta y pausada que ponía todo el bello erecto. Y yo, estaba disfrutando con su tremendo trasero, agradecido, respingón, tremendamente travieso. Otra pareja se acercó a nosotros cuatro. Quería probar el elixir de deseo que emanaba de aquella hembra. En aquel momento, el tercer hombre, se puso frente a ella y se la metió en su húmedo sexo. Yo no dije nada. Nadie dijo nada. Todos deseaban probarla. El hombre que estaba antes que había sido apartado por el tercero, empezó a tocarse esperando su turno (valía la pena esperarla). Las otras dos mujeres se pusieron una a cada lado y ella, teniendo a dos hombres follándola, haciéndola gemir de deseo, había deslizado sus dedos dentro de sus sexos haciendo que gimieran como locas. Tanto el tercer hombre como yo, empezamos a envestirla primero poco a poco y luego cada vez mas fuerte. Nos gustaba ver como gemían las tres de placer y ella,… aún más. El tercer hombre se derramó y se apartó. Yo decidí ponerme delante y el otro hombre que se estaba masturbando a la espera de su turno, se la metió por detrás sin que ella, en ningún momento, dejara de masturbar a las dos mujeres que se corrían una y otra y otra y otra vez sintiendo sus dedos bien adentro de ellas. Sentir su sexo tremendamente húmedo me puso al borde del derrame. Tuve que contenerme varias veces pues no quería ceder mi sitio a nadie. La tenía frente a mí, con sus piernas bien abiertas, sintiendo una doble penetración y… dejando llevarse hasta la extenuación por caricias entre gemidos de mujeres a las que estaba proporcionando la mejor sesión de sexo de  su vida. Me derramé dentro de ella y el hombre de su trasero casi a la vez conmigo.

 

Estábamos los tres hombres extenuados pero ellas, seguían y seguían. En un momento, la cogieron de la mano, la sacaron fuera del cuerpo oscuro y la llevaron de la mano, a una zona de colchones en forma redonda. La pusieron en medio y mientras ellas se masturbaban para ella, nos invitaron a estar a los tres con ella. Ella se puso a cuatro patas. El tercer hombre la penetró analmente. Con sus manos, empezó a menearnos el sexo al otro hombre y a mí, mientras ellas, se masturbaban entre medio de ambos para ella. Las otras parejas se reunieron alrededor de aquella zona redonda. Sus parejas empezaron a pajearles como ella hacía con nosotros y en poco tiempo, vimos como se fueron corriendo encima de su cuerpo agradecidos del espectáculo que les había proporcionado. No sé cuanto tiempo estuvimos alternándonos a aquella mujer insaciable sólo se, que cuando salimos, tomamos una coca cola en la barra y dándome dos besos en las mejillas me dijo: “Hola, yo me llamo Francesca”. Sonreí. La besé en la boca. Acabábamos de conocernos.

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