sábado, 23 de noviembre de 2013

GUERRA DE PALABRAS AFILADAS

 

La mentira es muy dura de llevar. La mentira corroe. La mentira corrompe. La mentira pudre. La mentira asfixia. La mentira se nota hasta en la mirada. La mentira de persigue. ¡No puedes contar siempre la misma versión! La falsedad lo impregna todo. Lo que ayer era por la mañana, ahora lo relatas por la tarde y, sin querer, dices que fue una noche cuando todos dormían. ‘¿Es posible?’  Pregunta uno que no se lo cree incrédulo de lo que escucha por tercera vez y sin una transcripción coherente de lo que pasó (además es alguien muy cercano, alguien que ha estado ahí siempre, alguien que conoce a las dos partes). La pregunta te acorrala. No tienes salida. La espalda contra la pared. Delante de todos aquellos a los que engañaste y entre tu y ellos,… una mentira siempre mal elaborada.

 

Consigues, sin saber como, un momento de despiste con un escudo de palabras mal enfiladas. ¿Seguro que estás preparada para una guerra dialéctica? Para eso hace falta coraje, fuerza, honor, verdad y por desgracia no conoces ninguno de esos vocablos que para empuñar una “espada”, aunque sólo sea en sentido figurado, contra una contrincante que ni quiere luchar y no va a perder pues lleva engarzada en cada poro de su piel, el honor, el coraje, la fuerza y, lo más importante, la verdad.

 

Sabedora como eres de tu mentira, sales a la arena del circo romano. ¡Mal asunto! Gritas improperios directos contra mi persona (pobre de espíritu es aquel que utiliza los malos vocablos para diezmar las fuerzas del otro). Yo lanzo el escudo al suelo, tiro la espada, me quito la coraza. ¡No me asustas! ¡No quiero herirte! ¡No quiero ni verte!

 

Me acerco a ti lentamente y te digo simplemente: ‘¡Di la verdad!’ Eso te confunde. No estabas preparada para que yo no quisiera luchar, para que vaya desarmada. Estabas preparada para que te insultara como tú lo has hecho conmigo. Estas preparada para soportar gritos de mi boca. No sale nada de eso. Sólo tres palabras en medio susurro: ‘¡Di la verdad!’ Quisieras asestarme una puñalada con tu espada pero todos miran y no puedes herir a alguien desarmado, no porque sientas que es algo malo sino porque ellos te juzgaran. El cuerpo a cuerpo es lo más adecuado. Pero no tienes fuerza, no tienes valor, no tienes nada a parte de una triste y mugrienta espada que se ríe de ti, un sórdido escudo de papel maché que no te protegerá para siempre. Mis palabras son sencillas y el viento las conduce para que lleguen claras a tus oídos: ‘¡Di la verdad!’

 

Te desmoronas. Caes de rodillas sobre la arena. Confiesas a voz en grito todo lo malo que has dicho sobre mí. El público enmudece. ¡No puede creerlo! Todos aquellos a los que no debía yo ninguna explicación porque no conozco, me miran con ganas de conocerme. Luego te miran con miradas reprobadoras. ‘¿Cómo pudiste hacerlo?’  Te dice alguien que creía en ti. Yo me doy media vuelta y me alejo. Una victoria así no merece la pena. Luchaba con ventaja porque no tenía nada que ocultar. ¡No había hecho nada malo! Eso estaba más que claro. Siento abucheos a lo lejos. Intento alejarme rápido pese a que se que no son contra mi sino contra ti y tus mentiras.

 

La guerra acabó con una única batalla, con una victoria amarga pero esclarecedora. No ha habido víctimas por suerte. Una vez más los únicos muertos son los valores humanos. ¡Lástima de convivir con personas no evolucionadas!

 

MORALEJA: Friedrich Nietzsche, filosofo alemán (1844-1900), dijo: “Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti.”

 

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