martes, 19 de noviembre de 2013

EL PROFESOR DE MATEMÁTICAS (relato)


 

Cuando conocí a Marc tengo que reconocer que lo consideré un maestro un tanto pardillo, demasiado prepotente y sin sabiduría, que se gana con los años de trabajo, en la enseñanza.

 

El primer año que entró en nuestro instituto, para mas INRI, nos tocó como profesor de matemáticas y verdaderamente parecía un pardillo de primera. Intentaba marcar su territorio y siempre contestaba bordemente, de forma incorrecta, como dejando a entender que no se dejaba amilanar por ningún alumno fuera menor o mayor su conocimiento en la materia.

 

Recuerdo una vez que en un problema de matemáticas a mí me daba diferente que el libro. El me dijo que si era tan lista que saliera a la pizarra. Yo le dije que no me hacía falta salir a la pizarra para demostrar que el libro erraba en el cálculo. Era más un problema de lógica le respondí. Me dijo que si iba a saber yo más que el libro o que un maestro. Eso me molesto mucho. El problema era algo así:

 

Si Pedro con cinco colillas de cigarro hace un cigarro nuevo. ¿Cuántos cigarros podrá fumar con 25 colillas? Supongo que todos estáis pensando que cinco pero yo dije seis. Si Pedro hace con cada cinco colillas un cigarro y se fuma cinco cigarros, tendrá cinco colillas más y podrá hacer otro cigarro más que hará un total de seis cigarros para fumar. ¿Si o no? Era algo así, parecido, pero con otros datos más académicos.

 

Cuando le dí me respuesta se quedó un rato pensando y luego no dijo nada. Al acabar la clase me llamó a su mesa y fui. Me dijo que no podía ir de lista en su clase. ¿Lista? ¿No se trata de cultivar la mente e ir más allá? Le dije que yo lo comentaría con otro profe de mates porque estaba claro que a él,… le faltaban tablas (tengo que reconocer que yo también era un poco borde pero era joven y él no. ¡Yo si que podía ir de prepotente! Tenía 16 años. Él no, tenía una carrera y diez años más que yo).

 

Pasó su periodo con nosotros (seis meses pues íbamos por créditos) sin pena ni gloria. Ya no lo tuve más de maestro pero seguía dando clases en el centro y a las fiestas que los alumnos montábamos en plan recogida de dinero para fin de curso, venía y lo veíamos.

 

Recuerdo que en una de esas fiestas él, Marc, me hizo sentir muy incómoda. Yo ya había cumplido los 18, había acabado la selectividad y estaba celebrando con mis compañeras de clase, el fin de una época muy dura de concentración. Él era uno de los docentes que había asistido a la fiesta. Aquella noche yo estaba que partía con la pana, con un mono ajustado negro con cremallera en el escote en plan BUSCO A JACKS pero con una delantera de una cien. Lo pillé varias veces mirándome fijo, con su copa en la mano, sólo, recostado en una de las mesas de la discoteca. ¡Me estaba poniendo nerviosa! Intenté no hacerle caso. Me dí la vuelta y seguí bailando con él a mis espaldas. No sé como, se movió para ponerse otra vez frente a mi, mirándome más fijamente que antes. ¡No me lo podía creer! ¿Qué quería? Volví a darme la vuelta para tenerlo a mis espaldas por segunda vez. Cuando yo creía que se había rendido apareció, como una visión, frente a mí, con su copa, mirando y mordiéndose el labio. Le dije a las chicas que me iba, que cogía el próximo bus para volver al pueblo y así lo hice. Ya eran las diez y pico de la noche así que,… me fue bien irme y llegar bien a casa.

 

Un año después me lo encontré en un concierto en su pueblo. No recuerdo si era M Clan o OBK los que tocaban pero el tío estaba súper animado. Había conseguido un autógrafo de los del grupo y vino animado primero a saludarnos a mi amiga y a mi con dos besos y luego, a enseñarnos el autógrafo. Se quedó cerca de nosotras y me hablaba como si hubiéramos estudiado juntos en vez de ser maestro y alumna hacía ya tres años atrás. Mi amiga se puso mala, como si le hubiera sentado mal la cena y él se ofreció a llevarnos a casa. ¡Fue muy amable! La dejamos a ella en su casa y luego me llevó a la mía. Me pidió que volviera al concierto con él y le dije que mejor no. Le dí dos besos en las mejillas de despedida y me bajé de su Renault blanco. Tengo que reconocer que subí a mi casa corriendo y me asomé por mi ventana para ve que hacía. No se fue. Se bajó del coche y estuvo pensando un par de veces si llamar o no llamar a la puerta. Se decía a si mismo: ‘¡Joer! No seas tonto. ¡Échale huevos!’ Eso me gustó, me hizo sentirme bella pero… no bajé. ¡Fui tonta! Lo sé. Pero,… a veces los miedos nos retienen en vez de dejarnos disfrutar del momento.

 

Pasaron diecisiete años más cuando lo volví a ver. Era la fiesta del veinticinco  aniversario del Instituto. Allí asistimos varios alumnos de varias promociones. Esta vez yo fui la primera que lo vio él. Iba con un pantalón tejano de color negro y un jersey de color verde oliva. Encima una chaqueta tres cuartos que le quedaba francamente bien. Estaba como más hombre. Supongo que pensé eso por las canas que pintaban ya su pelo, o por su porte, o porque estaba francamente arrebatador. ¡Me sentí pequeña! Yo llevaba una camisa azul celeste con unos pantalones de vestir negros. Mis botines y mi bolso iban a conjunto. Mi chaqueta era corta, imitación de piel negra. Llevaba unos cinco minutos mirándole cuando un antiguo compañero de curso, me tocó en el hombro y al ponerme a hablar con él, le perdí de vista. Fui a buscar una copa de cava pues era día de celebración. Al acercarme a la mesa tropecé y estuve a punto de caer. Cuando alcé la mirada mi desafortunado traspiés él estaba delante de mí, con una copa de cava en cada mano.

 

        No te puedo dejar sola,… ¿Verdad? – me dijo con una preciosa sonrisa adornado su rostro.

        Creo que no profesor. Tengo la vena torpe desde que estudiaba aquí y con el tiempo no se me ha curado – también le sonreí después de mi respuesta.

 

Nos quedamos mirándonos un rato sin decir nada. Finalmente me acercó la copa de cava. Bebí un sorbo y seguí mirándolo. Un profesor vino en su busca y tuvo que dejarme sola. Antes de irme me susurró al oído:

 

        No te vayas muy lejos, no quiero perderte de vista.

 

Al alejar su boca de mi oído, me miró y guiñándome un ojo se alejó. Eso me hizo estremecer de la cabeza a los pies. ¿Qué me estaba pasando? ¡Era Marc! Sólo eso. Marc, el maestro de matemáticas. ¡Era Marc! Sólo eso. Un hombre de cuarenta años tremendamente seductor. Aquel tiempo habían creado a su alrededor algo que era como un imán del que costaba separarse.

 

No me quedé allí. Temí que todo aquello estuviera sólo en mi mente. Me aparté y estaba a punto de cruzar la puerta para irme cuando él, gritó mi nombre.

 

        ¿Te vas ya? ¿Sin despedirte?

        No quería irme pero pensé que tardarías más y esta fiesta,… se ha vuelto un tanto aburrida – dije para evitar dar más explicaciones sobre el tema.

        ¿Quieres que hablemos un rato a solas? Tengo muchas ganas y me hacía ilusión que recordáramos viejos tiempos.

        Me apetecería mucho pero aquí hay mucha gente para que nos dejen tranquilos a ti y a mí – respondí.

        Conozco un sitio donde no nos molestarán.

 

Cogió mi mano, fuimos al fondo del pasillo que había a la derecha de secretaría, subimos por las escaleras de atrás y fuimos al piso de arriba. Sacó una llave de su bolsillo y abrió una sala para nosotros que tenía cortinas y los cristales de la puerta ahumados. ¡Era la sala de profesores!

 

        ¿Estás loco? ¿Y si nos pillan? – le grité susurrantemente.

        Si no encendemos la luz, nadie sabrá que estamos aquí. – murmuró él – ¿Te asusta la oscuridad?

        ¡Para nada! – sentencié yo en voz baja.

 

La luz que venía de fuera del patio y que se colaba por las cortinas, dejaba ver la estancia entre tinieblas silenciosas. Una maquina de café, una pequeña nevera, una gran mesa central con sillas a su alrededor, un par de estanterías llenas de libros,…

 

Nos sentamos encima de la mesa uno frente al otro y empezamos hablar de todo: estudios, trabajos, amigos, amigas, deseos, sueños, ilusiones. Fue como reencontrarse con un viejo amigo que era afable y cortés por igual. Fue a la nevera y sacó un par de latas de Coca cola. Me dijo, sonriendo: ‘Aquí no tenemos alcohol’ y me hizo gracia no se porque su respuesta.

 

Me sentía muy bien con él cuando me dijo después de un sorbo de refresco:

 

        ¿Por qué no volviste conmigo al concierto? – yo me quedé sin palabras.

        De eso hace mucho.

        Por eso te lo pregunto. Me gustaría saber porque no volviste.

        Había ido con mi amiga y no podía volver contigo a tu pueblo. Te hubiera causado molestias ahora para arriba, ahora para abajo. – alegué. El meditó mi respuesta.

        ¿Sólo fue ese el motivo? – dijo él. Asentí con la cabeza.

        Estuve a punto de llamar a tu puerta aquella noche.

        ¿Para decirme qué? – respondí yo. Guardó silencio.

        ¿Qué pasó aquella noche Marc?

        Tuve miedo.

        Yo también. – le confesé yo. Su rostro se iluminó.

        ¿De qué tenías miedo Ana? – me susurro muy bajito, como si fuera un suspiro que aliviaba su alma. Mi boca enmudeció.

 

Bajé la mirada y el me cogió de la barbilla y me hizo que le mirara a los ojos.

 

        Yo ya no tengo miedo.

 

Acercó su boca lentamente a mi boca. Me beso. Creí perder la consciencia sólo un segundo que me pareció eternamente dulce. ¡Fue mágico! Al abrir los ojos tras su beso el seguía muy cerca de mi boca, a unos centímetros escaso de ella. Entre susurros me dijo:

 

        ¿Tienes miedo ahora Ana? – mi boca se estrelló contra la suya en señal de que jamás había estado tan segura y poco temerosa de nada en mi vida.

 

Marc me abrazó tras mi beso con fuerza contra su pecho. Entre suspiros me decía: ‘Cuanto anhelaba este momento’.

 

Nos besamos una y otra vez. Como si los años que habíamos pasado temiendo el NO el uno del otro, no hubieran existido. Marc desabrochó mi camisa y yo le quité su jersey. Su piel con mi piel me provocaba pequeñas estampidas de placer que recorrían todo mi cuerpo.

 

‘Te deseo Marc. ¡Te deseo!’ se escapaba de mis labios entre pequeños gemidos lentos y acompasados de goce. Marc beso mi cuello y siguió hasta mi sujetador. Sacó mis pechos y empezó a lamerlos. Yo clamaba deliciosamente de delicia. Su boca era un manantial infinito de encanto en mi cuerpo. Quise devolverle tanto deseo reprimido por los años y me aboqué sobre su pecho para regalarle un sinfín indefinido de mimos. Mis dedos jugueteaban con sus pezones y mi boca se alternaba con ellos. ¡Le deseaba! Quería escucharle disfrutar de mí, de mis manos, de mi cuerpo, de todo mi ser por entero.

 

Se desnudó para mí. Luego me despojó del resto de mis ropas. Me tumbó delicadamente encima de la mesa mientras se colocaba frente a mí. Sentí su sexo atravesar mi sexo. Creí morir de placer. Su pene erecto se movía delicadamente con empujones muy suaves, increíblemente lentos y apasionadamente plácidos.

 

Nuestros gemidos se unían en uno sólo que cada vez era más fuerte. Aceleró su ritmo pélvico y me derramé por primera vez. Paró y me besó en la boca. Acercó después sus labios a mi oído y me susurró: ‘Quiero dejarte bien satisfecha. Tenía muchas ganas de ti’ eso provocó mi segundo orgasmo de placer. Quería sentirle más adentro y me ladeé un poco para ponerme sobre él. Eso casi le proporcionó su primer orgasmo pero se retuvo. Le gustaba verme encima, moviéndome adelante y hacía atrás, mientras sus manos jugaban con mis pechos. Cuando cambié con mi cintura a los movimientos rotatorios sentí como cada vez le costaba más y más contener su eyaculación. Yo no podía contener mis orgasmos que llegaban uno tras otro tras otro. Se incorporó un poco conmigo encima y dejó que me moviera muy lentamente. Cuando se derramó dentro de mí por su cuerpo recorrió un orgasmo intensamente bestial. No paré pese a que sentí su ambrosía recorrer mis entrañas. Eso le hizo no parar de estremecerse una vez tras otra a todo su cuerpo con pequeñas replicas de goce retino y desfogado. Sin salir de dentro de mí me besó los labios. Parecía que deseara borrar mi boca con la suya. ‘Te deseo Ana. ¡Te deseo!’.

 

Ese fue nuestro inicio y tengo que reconocer que tras ese primer encuentro ha habido muchos, muchísimos más y cada vez más lascivos, más intensos, más salvajes. ¡Así se trasmuta el goce contenido! ¡Así se hacen realidad las fantasías! ¡Así se eliminan, para siempre, los miedos!

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