martes, 11 de junio de 2013

UNA GRAN PELEA (relato)


 

Nuestro primer encuentro había sido intenso a la par que ardiente. Nos conocimos y tanto al uno como al otro, nos embriago el dominio que ambos gastábamos del verbo y la palabra. Dos mentes pensantes en dos mundos distintos, separadas por no muchos kilómetros con vidas totalmente plenas que en un momento determinado, había decidido pasar sin mucha ropa, algunas horas del día gimiendo de placer hasta casi perder el conocimiento.

 

Eso ya era pasado, y los intentos malogrados de un segundo encuentro, aunque muy deseado, se frustraban una y otra vez.

 

Habían pasado yo ocho meses. Recibí una llamada para una entrevista de trabajo en su ciudad. Uno de mis problemas para poder verle era mi nulo poder económico para la movilidad. Pero, al ser una entrevista, le pedí a mis padres que me ayudaran con el fin de conseguir una oportunidad laboral. Si la conseguía, el dinero que habían invertido en hacerlo realidad, les sería devuelto (aunque ellos no lo cogieran). No recordaba mucho la empresa que me había llamado pero una visita en Internet, me puso al corriente de sus servicios empresariales. Personal joven, con capital Alemán, con gran solvencia económica, con proyectos de futuro pese a la crisis del país. Era como haberse topado de bruces con una aguja en un pajar.

 

Me arreglé, cogí el primer tren para ir a la entrevista y me presenté diez minutos antes de la hora. Mientras el de seguridad comprobaba con quien tenía la entrevista, lo avisaba y me preparaba la acreditación para poder acceder a las instalaciones, llegaron dos personas, un hombre y una mujer, hasta donde yo me encontraba. Se presentaron como los que sustituirían a la persona que me tenía que hacer la entrevista, un tal Alberto. Él se llamaba Carlos y ella Sara. Vestían elegantes y sobriamente ambos. Por un momento temí no estar a la altura del puesto que se me ofrecería. Me empezaron a sudar las manos y mi autoestima y mi fuerza interior, se fueron desinflando poco a poco.

 

Entramos en una sala, cuatro preguntas de rigor (él apuntaba mientras ella me hacía las preguntas y observaba todos mis movimientos. Sentía que si respiraba más de la cuenta o si mi corazón se salía del pum pum habitual, se darían cuenta de ello). Me dejaron haciendo psicotécnicos y preguntas tipo test en las que todas son válidas. Estuve una hora y cuando iba a llamar a la extensión que me habían dicho para devolver los papeles, la puerta se abrió. ¡Era él! No Carlos, ni Alberto, sino el hombre que dominaba el verbo. Llevaba un precioso traje gris que resaltaba su figura y que lo hacía parecer más alto (la primera vez que lo había visto, iba vestido completamente informal), una reluciente camisa blanca, un cinturón negro de piel a conjunto con los flamantes zapatos y una corbata con tonos lilas y malvas. Guardé la compostura. No habíamos hablado de hacernos los suecos sin nos volvíamos a ver, pero el protocolo de reconocer a alguien en su lugar de trabajo en una vida que no debías conocer, no creo que existiera aún en nuestro vocabulario. Me levanté cortésmente, estreche su mano como si fuera la primera vez que le veo y me presenté como si fuera la primera vez que lo veía. El hizo lo propio. Le dije que ya había acabado con lo que se me había dejado y que estaba a punto de llamar a la extensión que me habían dicho para poder entregar la documentación con mis respuestas. Alargó la mano y yo se la entregué sin más. No miró nada de lo escrito y me dijo que ya se pondrían en contacto cuando hubieran finalizado el resto de entrevistas. Me acompañó hacia la puerta y cuando estaba a punto de dejar mi pase, le dijo el responsable de seguridad, que nos esperaban en la sala de reuniones. Me dijo que le acompañara. Dejó la documentación en el mostrador de seguridad con un post-it encima con un par de nombres que no logré conseguir leer, y nos dirigimos ambos hasta un ascensor anexo a la entrada. Subimos tres plantas y fuimos a parar a una oficina que parecía completamente desierta. Todo estaba como debía estar una oficina pero sin personal alguno, como si alguien lo hubiera evacuado todo sin saber muy bien el motivo. Caminamos en silencio hasta la sala indicada. Entramos y no había nadie. Él cerró la puerta y cuando estuvimos solos me dijo:

 

– Ves como sí que podías venir.

– No te entiendo – le respondí yo un tanto perpleja.

– Cuando intentamos quedar siempre me respondías que no podías, que no tenías liquidez. Ahora estas aquí,… ves como todo es posible.

– No me digas que esto no es una entrevista de trabajo – dije muy molesta.

– No es una entrevista de trabajo – me dijo con una mirada fría y penetrante.

 

Le abofeteé la cara. Nunca había pegado a nadie pero la rabia que sentía se liberó através de mi mano.

 

– Le he tenido que pedir dinero a mis padres para poder desplazarme. He tenido que cambiar de hora otra entrevista para poder venir y me dices que todo es una farsa sólo para demostrar,… ¿Qué? ¿Qué te mentía? ¿Qué querías demostrar? – respondí conteniendo las lágrimas en los ojos.

 

Me miraba como si todo aquello no hubiera estado pensado para que desembocara en aquel melodrama.

 

– Tengo que salir de aquí, tengo que irme,… – buscaba la puerta muy nerviosa tratando de recordar por donde había entrado para poder salir.

– ¡Relájate! Estás muy nerviosa – dijo cuando intentó cogerme mientras me dirigía a la puerta.

– ¡Suéltame! Ni me toques – le dije con los ojos inyectados de rabia.

 

Me agarró fuertemente y me dijo que me relajara y que me calmara. Yo intentaba zafarme de sus brazos pero no podía. Le dije que si no me soltaba gritaría y entonces, poco a poco, me fue arrinconando contra la pared. Me dijo que sino me relajaba yo él me relajaría. Acercó su boca a mi boca y vi por donde iban los tiros. Le dije que si se acercaba más, le mordería. Se acercó más y asesté el primer mordisco sin resultado. Me miró fijamente como el cuidador que se acerca a un aligator que lleva una semana sin probar bocado y sabe, que en cualquier momento, hasta él podría ser su comida. Volvió a acercarse lentamente a mi boca y le asesté el segundo mordisco mientras trataba de librarme de su fuerte abrazo. Me miró y comprendí que se rendiría. Cuando pensé que el aflojar su fuerza era para dejarme salir, me alcanzó los labios y me besó apasionadamente. Yo quería morder y lo conseguí. Le mordí la lengua y le hice sangre. Él se apartó dolorido y me cruzó la cara. Tocaba mi mejilla ardiente cuando me giré, abrí la puerta y empecé a correr por el pasillo en dirección al ascensor. El me placó y caímos los dos al suelo. El se puso sobre mí y me sujetó las manos con su manos una a cada lado de mi cabeza. Tenía miedo pero no por él. Toda aquella situación, desde su guantazo, me había creado una excitación increíble y al verlo sobre mí, solo desee que me leyera la mente y que me hiciera todo lo que por ella pasaba desde principio a fin. Se acercó otra vez a mi boca pero esta vez, le asesté un beso que me devolvió ardientemente. Su mano agarró mis dos manos mientras con la otra, desabrochaba mi blusa. Liberó mis pechos del sujetador y empezó a acariciarlos con fuerza. Tenía los pezones muy erectos y eso le contentó. Me subió la falda, arrancó mis bragas e metió su mano en mi chorreante sexo. Sabía como tocarme, como alcanzar que me corriera, como conseguir que le deseara más y más hasta perder el control. Desabrochó su cremallera y dejó ver su virilidad inmensamente firme, dura, sabrosa. Sacó su mano de mis adentros e introdujo su pene con fuerza dentro de mi sexo. Su primera embestida me hizo llegar al orgasmo de golpe. Pero eso no le frenó para moverse y seguir embistiéndome una y otra y otra y otra vez. No podía controlar mis gritos de placer y en un arrebato de pasión, conseguí zafarme de su mano que aún me retenía y lo tumbé de un golpe a él contra el suelo. Desabroché su cinturón y su pantalón. Le quite su boxer medio bajado y empecé a lamer su sexo lentamente, con cuidado, con dulzura, repasando cada centímetro desde su glande hasta su escroto sin dejar nada lubricado con mi lengua. Él gemía de placer y se dejaba hacer. Me puse sobre él y metí su sexo descomunalmente rígido en mi sexo. Empecé a cabalgarle y mientras sus manos agarraban mis pechos con fuerza, con deseo. Me derramaba sobre su virilidad una y otra y otra y otra vez. Quería más y más y nunca estaba saciada del todo. Él quiso retomar el mando, me cogió, me dio la vuelta, y no se como, acabé a cuatro patas con su sexo dentro de mi culo follándome como nunca nadie lo había hecho. No podía dejar de gritar de placer, de gemir como una loba salvaje en celo poseída por más de un macho. Eso nos excitaba a ambos. Noté como su leche invadía mi trasero y se derramaba para mezclarse con mi lubricación sexual.

 

Fue algo increíblemente lascivo, morboso, prohibido. No me gustó la forma, ni las bofetadas que fueron mutuas, pero puedo deciros que en mi vida ninguna situación me causó mas excitación, que aquella segunda cita con el hombre que dominaba el verbo y la palabra.

 

¿Dónde será nuestro tercer encuentro? No me importa pero lo espero completamente dispuesta a todo.

 

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