martes, 30 de abril de 2013

DE COCINERA A CAMARERA (relato)


 

Era sábado al medio día de un precioso fin de semana de junio y me tocaba trabajar en la cocina del hotel dónde trabajaba. Teníamos que preparar el banquete de una boda. Empezamos por los aperitivos fríos dejando preparados los calientes para cuando llegaran los invitados prepararlos rápidamente. De primero había barca de piña con langostinos y de segundo cabrito al horno en salsa con guarnición.

 

Estaban a punto de llegar los invitados cuando el responsable de camareros se dirige a mí y me pide que le ayude. Le han fallado un par de camareros y me necesita sirviendo las mesas. Le digo que también hago falta en la cocina pero dice que no es excusa. Me tira el uniforme sobre el pecho y me ordena que me cambie rápido que los invitados están en la puerta. No es mal hombre me dije pero tiene un mal día.

 

Me fui a los vestuarios y me cambié de ropa. La camisa blanca me iba muy justa. La falda me estaba bien pero como yo era más alta que las camareras normales, no me llegaba por encima de las rodillas sino un palmo por encima de estas. Como en cocina llevaba uniforme de color granate me había puesto sujetador negro y ahora con la camisa blanca,… se notaba toda la blonda negra que cubrían mis pechos. “¡Nadie se dará cuenta!” Me dije para mis adentros.

 

Empezamos a servir los aperitivos en la carpa situada en el jardín del hotel. Intentaba hacerlo lo mejor posible pero no estaba acostumbrada a ir con bandeja y no sabía caminar con los tacones por el césped del jardín. Me dirigía a la última mesa con mi bandeja cuando tropecé y un hombre me ayudo a que no me cayera al suelo evitando también que perdiera la bandeja. Su mano me rodeo con una rapidez pasmosa la cintura y su otra mano la dedico a aguantar la bandeja. Me incorporé de seguida y le dí las gracias. Su mano, sin saber por qué, seguía en mi cintura como si temiera a que me cayera al suelo y al darle las gracias pude ver que me miraba el escote, las trasparencias de la blusa blanca y que se sonrojaba por la insolencia. Me pareció encantador que se sonrojara ya que no era un jovencito sino un hombre maduro, de aquellos que parecen seguros de lo que hacen. Le sonreí para que se relajara un poco, dejé lo que había en la bandeja en la mesa que estaba a su lado y me volví a la cocina.

 

Volví a llenar la bandeja con los entrantes calientes y volví a salir a servirlos. Intenté buscar a mi pequeño amigo que evitó la caída pero no lo encontré. Intenté ser firme en mis pasos y todo fue bien.

 

Los invitados entraron en el gran comedor y empezamos a servir el primer plato. Me tocaba servir tres mesas del fondo así que tenía que tener cuidado con los tacones para no caerme. Serví un plato por plato a cada uno de los invitados y cuando llegué a la tercera mesa y estaba a punto de servir el penúltimo plato, sentí como un hombre me rozaba los pezones al levantarse. Era el hombro de mi salvador de la caída del jardín y ahora la que se sonrojaba era yo. Me sonrío y me dijo,… “¿Y nos dejaremos para el postre?”. Me pareció algo tan simpático que me fui a la cocina tranquila aunque un poco excitada. Empezó a sonar la música y aunque los novios no habían abierto aún el baile, la gente empezó a ir a la pista para bailar. Serví el segundo plato y él no estaba en la mesa sino que tenía a una niña pequeña sobre sus pies bailando con él en mitad de la pista. Me pareció tan tierno que me quedé un rato embobada mirándolo. Empecé a caminar absorta y sin darme cuenta, me choqué con un camarero que empezó a servir el cava y acabé empapada de la cabeza a los pies. Salí avergonzada del comedor sin mirar atrás y cuando entré en la cocina me despidió el jefe de camareros.

 

Salí corriendo hacia el jardín sin recoger mis cosas porque sentía que me iba a desmoronar y no quería que me vieran llorar. Me senté en las escaleras y empecé a llorar. Vi que alguien me ofrecía un pañuelo de tela para secarme las lágrimas y sin mirar quien era, lo cogí y me sequé los ojos. Mi salvador era el que me había entregado el pañuelo y se había sentado a mi lado con las cosas de mi taquilla. Me dijo que se las había dado la jefa de cocina. “¿Dónde me voy a cambiar ahora para irme a casa?”. Me ofreció que le acompañara a una habitación del hotel que se encontraba junto a la piscina. Se arrodillo delante de mí y me quitó los tacones. “No quiero que te caigas”. Cuando me incorporé para levantarme y aunque iba sin tacones, me resbalé en un escalón y fui a parar encima de él. Tenía sus labios a unos escasos centímetros de distancia y notaba como jadeaba por el esfuerzo de evitar que me cayera. Eso me excitó mucho. Me besó suavemente en los labios y se apartó ligeramente para susurrarme,… “¡Sabes a cava!” Le respondí que toda yo estaba cubierta de cava y él me respondió,… “¡Déjame que me emborrache esta noche contigo!” Esta vez fui yo la que se inclinó sobre su boca para saborear sus labios. Los besaba delicadamente mientras su legua acariciaba la mía en mi boca. Mordí suavemente su labio inferior mientras que nos dirigimos a un lugar apartado del jardín. Allí, al aire libre, con la música del baile sonando, empezó a desabrocharme la blusa. Acariciaba mi cuerpo después de que su lengua me liberaba poco a poco del cava. Mi falda cayó encima del césped y poco después le siguió mi sostén y el culotte. Mientras seguía liberándome del cava con su lengua, succionándome cada centímetro de piel, noté como se despojaba poco a poco de su ropa. Mientras me lamia con cuidado la nuca una de sus manos acariciaban mis pezones y otra se adentraba poco a poco en mi sexo húmedo y caliente. Su mano era diestra y mis gemidos se acompasaban a sus movimientos mientras su sexo crecía en mi espalda. Notaba su virilidad cada vez más grande. Le aparté las manos y me di la vuelta para besarle. Empecé a acariciar su pene erecto y el gemía con cada caricia. Besé su cuello, me recliné en su pecho para deslizar mi lengua sobre sus erectos pezones. Mordí suavemente todo su pecho y besé el final de su cintura para acabar arrodillada frente a él. Me introduje su sexo en la boca y lo empecé a devorar suavemente. Mi boca se deslizaba acompasadamente por aquel inmenso templo de sexualidad masculina que se alzaba ante mí con pasión y deseo. Mordí suavemente su sexo y deslicé mis dientes sin apretar demasiado desde la cintura hasta la punta con cuidado. Lamí con mi lengua toda su punta y le dediqué caricias muy tiernas y apasionadas a las que él respondía con gemidos agradecidos de deseo. Su ambrosía se derramó en mi boca y él, agradecido, se arrodillo frente a mí y empezó a besarme el cuello. Su boca se deslizo hasta mis senos que empezó a mordisquear con mucha pasión y deseo desenfrenado. Yo no podía dejar de gemir y cuando sentí que su mano se adentraba nuevamente en mi sexo no pude contener el primero de muchos orgasmos. Sus dedos eran diestros y se movían dentro de mi cueva con mucha destreza y acierto. Con cada embestida de su mano, mi sexo se derrama en un orgasmo que se encadenaba con el siguiente. Paró su mano después de muchos derrames de placer y se dedicó a acariciar con delicadeza mi clítoris que estaba inflamado de deseo. Sus dedos se movían arriba y abajo sin descanso hasta que un escalofrío me recorrió todo el cuerpo y me abracé a su cuerpo rodeado por un grito inmenso de delectación sexual. Se apagaron las luces del jardín y quedó todo a oscuras. No incorporamos y cuidadosamente no fuimos a la piscina. Nos metimos los dos en ella y empezamos a inflamarnos de nuevo de placer. Me recosté en un lateral de la piscina y el se adentro con su sexo en mi sexo. Se movía con pasión y al poco tiempo otro orgasmo recorrió mi cuerpo saturado de ardor sexual. Necesitaba sentirle mas adentro y le dí la espalda. Él entendió mi propósito y mientras su sexo se adentra en mi trasero sus manos apretaban fuertemente mis pechos mientras se deslizaba su cadera de forma acompasada golpeando mi culo con cada movimiento diestro. Sus gemidos se incrementaban y acrecentaban los míos. Su manos se deslizaron hacía mi cintura para aferrarme mejor a su cuerpo. Pero con una era capaz de ayudarme en sus movimientos y pronto se volvió a adentrar en mi sexo ardiente. Los gemidos iban en aumento cuando los dos nos fundimos en un orgasmo bestialmente increíble. Me besó en los labios y salió de la piscina para recoger sus ropas y las mías. Me rodeo con su camisa el cuerpo empapado y nos fuimos hasta su habitación evitando ser vistos. Nos metimos en la ducha y nuestras manos siguieron con las caricias, con los besos, con el deseo en estado puro. Me ayudó a salir de la ducha y mientras me secaba cuidadosamente, me cogió en sus brazos y me llevó a la cama. Me tumbó cuidadosamente en la cama y mirándome fijamente a los ojos, sonrió y me dijo,… “¡Gracias por ser mi postre!”. Me besó en los labios con pasión y empezó a dedicarme de nuevo sus apasionadas caricias dejando visible que ninguno de los dos dormiría aquella noche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario