viernes, 29 de marzo de 2013

SILENCIADOS (cariño enterno)


SILENCIADOS

 

Suenan las doce en un reloj cercano. El aliento se contiene. Las miradas están en el cielo. La luna de Nissan, la primera de la primavera, ilumina la noche. ¡Ha llegado la madruga!

 

La Sentencia sale. Las cornetas, los tambores y hasta las plumas de los armados lloran.

 

Laten los corazones. Se aceleran y se paran con un afecto tan grande, que para aliviar el sufrimiento, los ojos descargan en llanto la emoción incontenida del que ama el amor, del que ama la religión, del que no es fervoroso sólo un día al año sino los trescientos sesenta y cinco días de este.

 

El aire huele a cirio, a vela quemada, a flores, a terciopelo, a llanto, a verde, a reja, a balcón, a silencio,…

Huele inmensamente a añoranza, a ternura, a camino, a belleza, a cariño, a pena, a grito comprendido,…

Huele grandiosamente a madre abatida, a dolor por la pronta perdida de su hijo, a noche callada, a aplauso, a emoción, a bordado, a capirote, a penitente, a nazareno, a costalero,…

 

Sevilla se llena con la fuerza de la ESPERANZA que es lo único que no se pierde, que traspasa la distancia, que traspasa la infinidad de una pantalla para hacer que el cariño, llegue desde lejos, desde cerca, a reflejarse en cada pliegue de un manto tejido infinitamente por la pasión devota del afecto.

 

Hay muchas personas que no lo entiende. ¡Es respetable! Cuando el amor es tan grande hasta la falta de entendimiento es comprensible. Nadie ve con mis ojos lo que yo veo. Nadie esta dentro de mi. Nadie puede quedarse o detenerse en el momento exacto que mi alma se contagio de este fervor tan grande que inunda todo mi ser pese a la distancia.

 

Un grito al unísono:
“¡AL CIELO CON ELLA!”

 

El trono sale. Las puertas se cierran. La basílica se queda vacía, sola, sin madre.

 

Mi cara es un reguero infinito de océanos de amor incontrolable. “¿Cuándo podré yo verte de cerca madre?” 

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