lunes, 4 de marzo de 2013

HABÍA UN MUNDO MEJOR DONDE NACÍ Y HABÍA CRECIDO,…

 

Volví como vuelve la mala hierba a nacer después de mucho tiempo pese a que la tierra fuera regada una y mil veces con agua salada. ¡Ese era yo! Una parte amarga de una tierra de la que tuve que distanciarme sin razón y motivo (o quizás fue esa parte desagradable de mi tierra la que me hizo distanciarme, la que me causo en mi cuerpo ese rumor de “mala hierba renacida” que ahora sentía invadir cada milésima de mi sangre).

 

Durante mucho tiempo tuve envidia de todas aquellas personas que podían presumir de ser de un sitio o de otro, que colgaban orgullosos en sus balcones una bandera cuando ganaba su selección de futbol o que simplemente la ponían en días señalados como era costumbre en su país. ¡Yo nunca pude hacerlo! Escapé como un prófugo, como un delincuente cuyo único delito había sido, ser amigo del amigo de un hombre que en el fondo,… no se portó bien con los suyos (tener que escapar por eso de tu mundo, de donde naciste, de donde creciste y vivir para siempre alejado de tus calles, de tu gente, de tu pasado,… es algo más duro que lo que muchos piensan. ¡No deberían ser condenados los niños por delitos políticos de los amigos de sus padres! Pero entonces yo era demasiado pequeño para entenderlo y me limitaba a esconderme en el fondo de un camión de estiércol para pasar a escondidas hacia el puerto y de allí, hacia un nuevo mundo, una nueva vida. ¡Ese sería mi futuro mas tarde! Estar hasta el cuello de mierda por no tener patria, ni bandera, ni pasado).

 

Mis padres huyeron, yo simplemente fui arrastrado contra mi voluntad (no dejaron heridas en mi cuerpo de ese forcejeo pero en mi alma, las llagas jamás cicatrizaron del todo. Siempre hubo una herida purulenta que me recordaba una y mil veces, lo ajeno que es un niño en un mundo de adultos). ¿Qué sabía yo de la vida si apenas tenía siete años? Durante mucho tiempo consideré que mis padres eran el enemigo pues había sido por su culpa, que había tenido que renunciar a todo (crecer con ese rencor, con esa ira tan adentro de uno, no fue fácil. Lo peor de todo es que jamás se lo perdoné y a mis dieciséis años, los abandoné por sus “delitos antiguos” y me fui sólo a vivir bajo un cielo estrellado. Cualquier vida, incluso la de indigente, era mejor que vivir con unos seres que me habían amargado la infancia por sus influencias o ideas políticas. No podía vivir con aquellos personajes que habían sido cómplices de mi desilusión inicial del mundo. Si lo habían pagado por sus delitos en su tierra ahora purgarían sus pecados, que los tenían y muy gordos a sus espaldas, por el daño en mi infligido al alejarme de mi universo).

 

Ser indigente no fue fácil pero con un poco de suerte, aprendí que volver estaba en mis manos y a mis veinticinco años de vida, cogí el camino de vuelta a mi hogar, a mi verdadera morada, donde provine y me críe hasta que todo cambió.

 

Nunca hubiera pensado que se podía cambiar tanto un mundo en tan sólo dieciocho años. Todo lo que vi a mí alrededor era tan familiar como desconocido. Había un mundo mejor donde nací y había crecido,… pero yo ya no era capaz de verlo. Mis ojos ya no eran de niño sino de un adulto que había renegado hasta de sus padres por volver a una tierra que ya no existía.

 

La lucha que nunca tuvo fin en mi interior aquel día, acabó con mi alma. Caí al suelo, arrepentido, malherido, emborrachado de verdad. El aire se escapó por última vez de mis labios y mi cuerpo, yació para siempre, en aquella tierra regada por agua salada durante muchas primaveras. ¡Por fin algo había matado a la mala hierba! Aunque, tener por seguro, que nunca fue el agua con sabor a mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario