Empieza
una batalla. Estáis tú y ella. Parece que las fuerzas están igualadas pero es
sólo el principio y quizás, utiliza esta táctica sencilla para que te confíes.
El
primer asalto acabó y va ganando ella. ¿Qué me ha pasado? Te preguntas como
si hubieras estado ausente en la acometida.
Se
acabó el descanso y antes de que puedas coger aire, vuelva a sonar la
campanilla anunciando el fin del segundo asalto. ¡No puede ser! Te dices
cuando no has visto que ya han pasado casi más de dos horas desde que
empezasteis esta guerra de fuerzas desnivelada por momentos.
¡Ella
va ganando y lo sabe! Te mira desde un extremo con soberbia, esa soberbia digna
que tienen todos los campeones horas antes de dar por finalizada la vida de su
contrincante. Tiene tiempo y lo sabe. Quiere desgastarte. Desea que te rindas.
Ni contempla la posibilidad de que le asestes un buen golpe directo. ¡No te
cree capaz de ello!
Ahora
vuelves a verte con fuerzas cuando en el tercer asalto alguien te susurró algo
al oído antes de salir a la palestra. Ese alguien desconocido, sin cuerpo, ni
forma, ni olor, ni tamaño,… esa neblina trasparente que se metió en tu cerebro
con un rumor y que no deja de dibujar tu victoria en tu mente.
Ella
no se ha dado cuenta de que has tenido ayuda y sigue mirándote cada vez con la
altanería fuerte del vencedor. Pero sacas tus armas y se convierte todo en un
baño de sangre. Tu pluma no le dio tregua y su sangre negra mana a raudales por
todo su cuerpo. Yace envuelta en tus palabras que van acabando una tras otra,
con todo su desdén dejándola completamente a tu merced.
No
te pide clemencia. No te pide que acabes con su vida. ¡Ella sabe muy bien el
papel que ocupará ya en tu vida! Una esclava sumisa, una aprendiz obediente,
una niña sin caprichos a indulgencia de su maestro.
Cuando
el mentor gana ella,… no puede hacer nada. Pudo enfrentarse una vez y probar su
fuerza. Dos,… no lo hará jamás. Es como luchar contra corriente y eso no es lo
que le enseñaron a ser.
La
hoja en blanco muere para dejar paso a la obra, mejor o peor, pero siempre
diestra que el autor tenga a bien mostrarnos. Muchas veces, mas de las que me
gustaría reconocer, ha ganado ella la batalla. Pero cuando las musas, esas
voces susurrantes que se camuflan en las sombras de las sombras, están de tu
lado dando fuerza a tu creatividad, a tu pasión, a tus ganas,… la batalla
siempre será ganada contigo. Y no es que unas tenga celos de las otras,… ¡Eso
no suele pasar en el arte de la prosa! Sólo que no todos merecen el don de ser
aconsejados y no todos los que son aconsejados merecen ese don.
Afortunado
el que gane la batalla y afortunado el que la pierda. El que la gana estará
para siempre unido a un poderoso amante que es difícil de complacer cuando la
inspiración no llega. El que pierda estará a merced de cualquier amante,… pero
jamás del más caprichoso y delicioso que pueda llegar a imaginar.
Escribir
es una tortura y un arte. El látigo anda siempre muy cerca de la pluma tintada.
No por eso el dolor es amargo porque sólo cuando no hay tormento,… es cuando
mas agrio es lo que se escribe. Sólo con lágrimas en el alma se compensa la
muerte de una página en blanco más. Si la muerte es en vano,… ni vale lo
escrito ni el escritor que lo suscribe.
¡Así
es el arte del dominio del verbo!
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