martes, 8 de enero de 2013

CARTÓN NÚMERO 69 (relato)



Había empezado hacía poco a trabajar en un Bingo. No es que fuera el trabajo de mi vida pero tal y como estaba el panorama laboral, me sentí agradecida. Nunca había pisado uno y supongo que eso, le gustó a mi entrevistador. Seguro que pensó que era de las pocas “vírgenes” de bingo que quedaban porque se rió mucho al saberlo.

 

Me tocaba trabajar todo los fines de semana por ser nueva y me dí cuenta de lo supersticiosa que era la gente que venía: unos cruzaban la puerta de espalda, otros elegían siempre la misma mesa, otro tenían la mesa llena de amuletos,… Pero lo que realmente me sorprendió fue el asunto de los cartones con un número determinado: unos querían el 15 (la niña bonita), otros el 77 (las alcayatas), otros el 22 (los dos patitos), los menos supersticiosos elegían uno con el 13 y siempre decían que la suerte estaba en ellos no en el boleto.

 

Llevaba escasamente un par de semanas cuando entró un hombre que no había visto aún. Me sorprendió aún no se porque. Desde que entró algo me atrajo a mirarle con descaro y sin miedo a ser descubierta en mí mirar. Era un hombre alto, moreno, porte elegante, bien vestido. Venía sólo y yo no es que supiera mucho del ambiente binguero pero os puedo asegurar que para nada le pegaba estar en aquel sitio. Me acerqué a su mesa deseosa de que me mirara a los ojos, de sentir su voz, de sentir su aroma. Era raro en mi ese tipo de comportamiento pero es que todo en él destilaba un aura que me atraía sin que yo pudiera hacer nada para remediarlo (sinceramente, ni pensaba en remediar nada. Quería dejarme embriagar hasta… donde fuera posible).

 

Llegué a su mesa y no pude articular palabra. Me miró, sonrió y me pidió uno con el 69. Me sonrojé al sentir el número y deposito el dinero en mi mano. Me alejé como alelada. Mientras las bolas salían no podía dejar de observarle. Por un momento pensé en todas las novelas de misterio y amor. Me vino a la cabeza la figura del vampiro y ese alo de seducción que le rodeaba. Me imaginé que él podría serlo. Era raro pensarlo pero es que en mi interior, quería justificar ese magnetismo incontrolable que había desatado en mí. Gritaron LÍNEA y era él. Me gustó que ganara con aquel cartón. Siguieron saliendo bolas y desde el otro lado de la sala alguien gritó BINGO. Tras comprobarlo fui mesa por mesa vendiendo de nuevo boletos. Deseaba llegar a la suya pero cuando llegué, otra vez mi lengua y mi garganta se pusieron de acuerdo para fallarme a la vez. El volvió a sonreírme y volvió a pedirme el cartón con el 69. Intenté controlar mi rubor esta vez pero cuando me dio el dinero, su mano rozó la mía y se me erizó todo el bello del cuerpo. Intenté alejarme con un poco de sobriedad en el paso pero sentía que mi cuerpo flotaba por aquella sala pese a que mis pies tocaban al suelo. Empezaron a salir de nuevo las bolas una a una. Alguien cantó LÍNEA desde el lado derecho de la sala. Después de la comprobación, siguieron cayendo bolas una a una y cuando dijeron el 69 él cantó BINGO. “¡Que suerte!” Pensé mientras comprobaban que era correcto y me permitían ir de nuevo a su mesa. Esta vez sería profesional y escucharía mi voz como cualquier otro cliente. Fui repartiendo los cartones solicitados y al llegar a su mesa le dije “¿El 69?” alargando hacía el cartón. Él me miró fijamente y yo aguanté la mirada. Sonrió y me dijo,… “Como lo has dicho debería de ser tonto para rechazarlo”. Me dio el dinero del cartón y sentía como su mirada se clavaba en mi espalda. De nuevo empezaron a salir bolas y él, con aquel boleto, cantó LÍNEA y BINGO. Empezaron a entrar muchas personas mientras comprobaban su boleto. Llegaba la hora del BINGO más cuantioso de la noche. Antes de llegar a su mesa había vendido todos los billetes con el 69. Me acerqué a su mesa y le dije: “Lo siento, pero del 69 no me queda nada encima”. Me miró con sonrisa malévola pero sensualmente dulce y me respondió: “Seguro que si te queda algo con el 69 pero no en esos cartones que llevas en la mano”. Enrojecí como una brasa ardiendo. “¡No mujer! Era una broma bastante previsible. Sólo quería agradecerte la buena suerte que me has dado”. Alargó un billete de cien euros como propina. Se alejó y me quedé petrificada durante un instante. Cuando pude reaccionar bajé la vista al suelo y vi que se le había caído la cartera. Me puse a correr para intentar alcanzarle. Fuera llovía y no sabía para donde había tirado. Cerré los ojos y me dejé guiar por su magnetismo. Giré a la izquierda y le dí alcance como si algo invisible me arrastrara inconmensurablemente hacia su cuerpo. Cuando llegué a su lado no podía controlar mi respiración por la carrera. Estaba empapada. Alargué la mano y le entregué la cartera sin poder pronunciar una palabra. El me miró y me dijo que mucha gracias. No puede responderle. Me dí media vuelta para volver al trabajo pero sentí como por fin sus manos me tocaban (lo había deseado toda la noche y ahora, bajo la lluvia, en mitad de la noche, en medio de la calle, se había cumplido mi deseo). Ponía sobre mí su abrigo y yo me giré tan de golpe que nuestras bocas se rozaron. Después del roce nos apartamos un instante a penas uno centímetros el uno del otro. Me besó apasionadamente y yo perdí el juicio. Deseaba sentir sus manos en mi piel en aquel momento, por todo mi cuerpo. Sus manos empezaron a acariciarme por encima de la ropa con deseo. Yo deseaba que traspasara la ropa de una vez y llegar a mí. Cuando sentí el primer contacto de su tacto en mi piel, un escalofrío de deseo recorrió todo mi cuerpo. Traspasé su americana y su camisa. Mi boca se posó en sus pezones erectos empapados de lluvia. Podía escuchar sus gemidos y eso me excitaba mucho. Su mano cogió mi pelo y apartó mi boca un instante para besarme. Levantó mi falda y contra una pared, sentí como su mano es posaba sobre mis braguitas. Deseaba que me las arrancara y que me poseyera. Me daba igual que fuera en mitad de la calle, bajo la lluvia. Las arrancó y me embistió con su descomunal sexo. ¡Dios! Jamás había sentido un orgasmo tan bestial sólo con la penetración de su pene. Empezó a moverse primero muy lentamente. Yo no podía contener mis orgasmos que llegaban uno tras otro, tras otro, tras otro, tras otro, tras otro. Empezó a acelerar el ritmo de sus caderas y creí que por un momento perdería el conocimiento en mitad de una vorágine incontrolable de culminaciones sexuales. Su ritmo era ya frenético pero sentía que podría seguir aguantando todo lo que yo hubiera deseado y más. No se cuanto pasó pero al final, perdí el conocimiento cuando me envistió tan fuerte que todo mi cuerpo se estremeció en el nirvana de los espasmos amatorios.

 

Cuando abrí los ojos ya no estábamos en la calle. Me había acercado hasta su coche. Mi cuerpo estaba cubierto con una manta seca. “Será mejor que te lleve a casa. No creo que puedas seguir trabajando”. Asentí con la cabeza y me llevó donde le dije. Salió del coche, abrió mi puerta y me llevó hasta la puerta de mi casa. Me besó apasionadamente en la boca y se fue.

 

Aquella noche pude descansar pero las noches siguientes ese encuentro se repitió una y otra vez haciéndome despertar empapada en sudor. Hoy es sábado y él acaba de entrar por la puerta. No se sienta en una mesa. ¿Qué querrá? Me da igual, sólo con verle así en la distancia, me gusta pensar que volveremos a acabar envueltos en gemidos y pasión. Lo que pase o no,… sólo depende de nosotros.

 

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