martes, 8 de mayo de 2012

DESAHOGO EN EL AUTOBÚS


Eran las ocho de la mañana. Espera en la parada que el autobús de línea llegara. Es curioso la forma que tiene la gente de esperar el autobús tan temprano: unos con sus mochilas para ir al colegio, otro con los papeles para buscar trabajo, los que van a solicitar el paro con sus carpetas con los últimos documentos facilitados por la empresa, las personas mayores con las bolsas para ir a la piscina temprano.

Llega el bus a mi parada y me subo esperando poder llegar al final del mismo. En el primer intento no lo consigo. Dos cochecitos de bebe bien puestos y dos madres mal puestas me barran el paso. Luego la mujer mayor que ha encontrado a un par de conocidas en el mismo, barra el paso para ir hasta el fondo. Un señor mayor con cortesía pide paso tras de mí y a él si que le hacen caso. Aprovecho que estoy delante de él, para poder llegar al final del bus. No hay sitio para sentarse y aún me quedan siete paradas para bajarme. Alguien llama a la próxima parada y se bajan muchas de las personas que estaban sentadas dejándome un sitio en el que poder sentarme.

Todo está medio o en silencio en dentro del bus de línea. Los murmullos son lo que puede haber un lunes cualquiera a las ocho y media de la mañana. De golpe un niño se lleva la mano a la cara y mira a su alrededor asqueado. ¿Qué ha pasado? El olor humano a estas horas de la mañana está presente pero no es como para llevarse la mano a la nariz, a la boca de forma tan lastimera como si hubiera un animal muerto. Dos niños más, dos personas mayores y otros empiezan a taparse y mirar a todos como culpables. Aún no se que pasa pero me supongo lo que és. En poco instantes, el hedor llega hasta dónde estoy yo y es francamente insoportable. No sé como fue el olor primero pero este que llegó hasta el final es como si al ver que ya había una presencia olfativa fuerte tras una liberación de gases, otros, acongojados del mismo mal, se hubieran sentido apoyados para ejercer el mismo derecho sin tener en cuenta a aquellos otros que había en el habitáculo móvil.

Todos se miran con cara de intentar encontrar al culpable pero,… ¿Cómo conseguir acertar? ¿Alguien será tan grosero como para bajar su cabeza hasta las posaderas de alguien para cerciorar que el olor viene de ese culo o de ese otro? ¿Alguien tendrá la valentía de confesar que ha sido él? Las miradas se cruzan como si se tratara de un juego de póker y nadie, en absoluto nadie, van a dejar que se vea en su cara, ni muesca de lo que en verdad oculta.

Acabo de notar que la calefacción del bus está encendida. Miro al pasar por la avenida, el gran reloj que marca la hora y la temperatura. Estamos a 17º en el exterior. Aún me faltan cuatro paradas y sólo deseo que el conductor, en el afán de facilitar poder llegar todos a nuestros destinos con el desayuno aún dentro de nuestros estómagos, apague la calefacción para no agravar el problema de la intensidad pestilente que nos rodea. No se como pero parece que el conductor me ha escuchado mentalmente, y la calefacción se ha apagado. Algunos eruditos han conseguido por fin, abrir las pequeñas ventanillas de las ventanas y el aire fresco corre a placer dejando un alivio palpable no sólo en los rostros sino también en la tensión acumulada por saber quien era el culpable.

Me faltan dos paradas y el aire, aunque no se ha regenerado del todo, es casi respirable y facilita mucho el volver a recomponer caras, cuerpos, cafés en vena y demás. Algunos de los niños ya bajaron y otros lo harán en la misma parada que yo. No tienen que taparse ya la cara y a la hora de salir, siguen mirando atrás para localizar al flatulento viajero. ¡No ha habido suerte! Nadie ha reclamado la autoría de aquel atentado pestilente del autobús.

MORALEJA: No es raro sentir un momento de presión en las nalgas e intentar sin mas ni mas, presionar los cachetes para que el ruido de lo que se intenta frenar al exterior, salga. Pero ese olor, ese olor que todos mentalmente pensamos y deseamos que no se hallé en nuestros escapes de gases fortuitos, eso no es controlable. No fui yo la que tuvo ese escape hoy pero puedo imaginar que la persona que lo tuvo primero, y los seguidores posteriores que se sumaron, sólo tenían un mal día de buena mañana y al ver que el ruido no sonó pensaron: ¡He podido contenerlo! Hasta que la fragancia a libertad contenida dentro de uno vio la luz y no hizo ruido no, pero apestó un autobús de más de 50 plazas. ¡Un mal día para proclamarse silenciador de peos oficial!

No hay comentarios:

Publicar un comentario